domingo, 20 de marzo de 2011

Todos vivimos de verdades a medias

Uno de los engaños más grandes que existen, es mentirnos a nosotros mismos. La actitud más cómoda es mirarnos al espejo y ver reflejada la imagen idealizada de lo que queremos ser; rehuír de nuestros defectos e imperfecciones -de nosotros mismos, al fin y al cabo- como ratas que se escabullen por los recobecos hasta perderse para siempre; escapar de nuestra sombra sin advertir que nos perseguirá a donde quiera que vayamos, y que terminará por atormentarnos si no la aceptamos como parte escencial de nuestro ser. Es decir, si no reconocemos nuestras carencias, tal como aplaudimos nuestras virtudes.

Es momento de desechar los pensamientos que quedaron anclados en mi mente por el capricho estúpido de no parecer inconsecuente frente a los demás. Por más que lo evitemos, caemos una y otra vez en incongruencias con nosotros mismos, pero no corremos a contárselas a nadie. Las dejamos para nosotros solos. Somos por naturaleza personas que no guardamos correspondencia lógica con los principios que profesamos. Por eso, frente al conocimiento, es recomendable presentarse siempre como un libro abierto, y no parecer como un tonto sosteniendo máximas terminantes y concluyentes, que no responden sino al desasosiego petulante del que presume sostener su verdad equivocada.

Nosotros tenemos nuestras propias verdades, yo tengo mi propia verdad, pero reconozco que es una verdad a medias, y que soy lo bastante razonable como para cambiar de opinión si descubro, o me hacen entender, que estoy equivocado. Todo puede suceder. No reniego de nada. Siempre estoy dispuesto a cultivar una mirada distinta, si es, desde mi punto de vista, positiva. No soy tan decadente como para atascarme en mi propia mierda, en mi propia ignorancia, que es, lamentablemente, el principal motivo por el que algunos defienden tanta tontería.

Leí una frase de un obra, cuyo título no puedo recordar, que plantea que cada vez que uno lee un libro todas las ideas preconcebidas que se tenían hasta ese entonces, se esfuman. Y uno vuelve a empezar. Vuelve a navegar por el mar del desconocimiento, dispuesto a aceptar que nuestras ideas no son más ni menos ciertas que las de los demás.

De antemano, confieso lo siguiente: que no es tan fácil aceptar este principio -por llamarlo de alguna manera estúpida- y que mi discurso puede estar equivocado. Como sea, sostengo con firmeza, pero sin prepotencia, lo que estoy diciendo, porque se basan, ni más ni menos, en los pensamientos que me quitan el sueño y por los que, en estos momentos y bajo estas circunstancias, me estoy jugando mi verdad con la de quienes me leen. Como dice Álex Ivanovich en la novela de Dostoievski, El Jugador: "Sé que he dicho muchas tonterías; pero tanto peor, ésas son mis convicciones".

No hay comentarios: