sábado, 28 de marzo de 2009

El “Flaite”: !Una realidad con patas!

Cuando digo “flaite” lo primero que se me viene a la cabeza es un weón hediondo y sin dientes. No sé por qué. Esta palabra me suena a mal olor, a porquería, a inutilidad. Quizás no esté totalmente alejado de la realidad, pero la verdad es que este personaje no se caracteriza principalmente por ser hediondo.

flaitelq

Cada vez se hace más complicado insertarlo dentro de un estrato social y ni siquiera los especialistas dan una caracterización clara, que sea compartida por todos. Es difícil encontrar el verdadero origen de esta palabra, porque si muchos creían ser los únicos en saber de dónde provenía, lamento comunicarles que no lo son: existen muchas teorías.

Algunos dicen que proviene a fines de los 90’s de la derivación “flyters”, un anglicismo que servía para llamar a los “volados”. Otros, como mi amigo Nicolás, afirma que viene del anglicismo “fighters”, que quiere decir “peleador”, extraído directamente de los suburbios norteamericanos. Sin embargo, para Sonia Montecino, antropóloga y escritora chilena, el primer flaite proviene de la colonia, como producto del mestizaje entre chilenos y españoles. Los llamados hijos ilegítimos, también conocidos como los “huachos” que nacieron a la deriva, sin poderes ni privilegios y muchas veces discriminados. De ahí que empezó a relacionarse los términos de flaite-delincuencia-pobreza.

Según el diccionario de Jergas de Habla Hispana, el termino flaite se refiere a una “persona de clase social baja, marginada, inculta, generalmente ociosa, delincuente o de mal vivir; ordinario, vulgar, de mala fama”. Si bien cada palabra tiene algo de certeza, actualmente no podemos encasillar al flaite sólo como un delincuente o un pobre, siempre hay excepciones. El término se puede relacionar con una serie de características físicas y sicológicas que unidas forman al polémico personaje que ha llegado a captar la atención de viejos cuarentones y jóvenes fiesteros.

Ahora son un grupo más de esas ‘tribus urbanas’. El flaite ya no nace, sino se hace. El flaite ‘bacila’, lo pasa bien, baila reggaeton, mueve las caderas y escucha a Dady Yankee. Da lo mismo si es ‘Pokemón’, o es ‘cuico’ o marginal. ¡Todos podemos ser flaites! Si es Pokemón se adapta a su medio ambiente y evoluciona en una mezcla espeluznante, algo así como un “Pokemon flaite; el cuico se llena de ropa a lo hip-hopero neoyorkino, mostrando su “blin blin” cuando cuelga esos collares ostentosos, bañados en plástico tóxico; mientras que el flaite marginal se ‘tapiza’ con ropa de marca o imitación, ya sea trabajando, robando o cogotiando, como ustedes quieran llamarle a tan digno acto.

Es decir, ahora son necesarias ciertas características físicas y/o sicológicas, independientes de la situación social que tenga el individuo, para ser uno. Hasta yo puedo unirme a sus filas, tan sólo basta con seguir dos instrucciones.

PARA SER UN FLAITE…

El primer paso, cambiar el aspecto físico. Dejo mis camisas de lado y me pongo una chaqueta de mezclilla o de alguna barra brava. Mis pantalones de tela los cambio por jeans anchos y oscuros para armar la teñida ‘mezclillera’, característica del flaite taquillero. Cambio mi manera de hablar y de expresar, simplifico mi vocabulario y enfatizo en la kinésica, corto mi pelo al estilo ‘milico’ o ‘Dady Yankee’, y vamos progresando. Ya tengo los requerimientos básicos para ser uno más.

El segundo paso es cambiar mi sicología. Qué mejor que trabajarla en la práctica. Si ya tengo la tenida perfecta me infiltro como uno más y me junto con los cabros de “La Caro” en la esquina de la casa del ‘loko Byron’. Hablo con los cabros de la ‘mocha’ de ayer en la plaza de los ‘volaoh’ y digo, sólo para decir algo: - Sha, el loco Byron terrible flaite, se fue en la terrible vola’ ayer-. Regla número uno: un flaite rechaza total y categóricamente ser un flaite. La polémica no empieza por ver quién es el más flaite, sino por criticar a aquéllos que intenta ser forzosamente flaites o creerse “vivos”, (ser flaite y vivo no es lo mismo) y no les sale, como si fuera un privilegio serlo. Yo, como buen actor, no lo hago nada de mal.

Luego, parto con la patota pa’ la plaza a fumar un ‘pititos’ y tomar unas ‘pilsener’, mientras los parlantes del celular vibran al ritmo del reggaeton. Regla número dos: un flaite que no toma, ni fuma, ni escucha reggaeton, no es un flaite.

Se avecina la noche y empieza la mejor parte. Después de pasar una tarde fumando y tomando, nos vamos al carrete del Braiatan. Compramos unos cuántos copetes en la botillería y para seguir la línea y no perder el rumbo, los cabros abren la caja de ‘tinto’. Vamos al paradero, paramos la micro, nos subimos con copete en mano y sin pedir permiso, nos dirigimos directamente a la parte trasera de la micro que estaba vacía, tal como prevenía Don Graf a los niños; parece que de algo sirvió el consejero animal. Regla número tres: los flaites, como tienen poco o nada propio, se toman todo lo que no es de ellos, ya sean plazas, micros, etc.

La cara de la gente muestra un descontento notable, pero mis camaradas se creen dueño del carro, así que gritan, ríen, saltan y desparraman alcohol, y yo, felizmente, les sigo el juego. Regla número cuatro: el flaite no está ni allí con el qué dirán.

En el recorrido se les sube la adrenalina y recuerdan a su hinchada ‘de corazón’. Como me dijo uno de los cabros “no hay mejor lugar para cantar después del estadio que la micro”. Así que llenamos el espacio de un canto gregoriano que inundó el lugar de buena música; pateamos las puertas y usamos las sillas de bombo. Siguiendo esas prácticas, me sentía tal como un animal. La gente reflejaba las incontenibles ganas de bajar rápidamente de la micro. Regla número cinco: los flaites son hiperventilados, les gusta que sepamos cuál es el equipo de sus amores, porque cantan a toda raja; la música que escuchan, porque no conocen el audífono; la pelea que tuvieron ayer, porque tienen un status que defender, si creen que viven en los suburbios de New York L.A; sueñan con ser un gánster y con suerte le roban a una vieja, que más encima es su vecina.

En fin, llegamos al carrete del amigo Braiatan. Estaba ‘prendio’ asi que seguimos con la buena ‘volá’. Pasó una hora más o menos de ‘bacilón’, hasta que uno de los ‘cauros’ se ‘fundió’ y empezó la riña con otro de su especie. ¿El motivo?: Nadie sabe, después de los golpes ya nadie se acuerda del por qué. Se arman grupos y queda la escoba, suenan los botellazas y se arruina el carrete.

Cuando llega la policía, el desenlace ya estaba escrito, así que nada de tonto, me escapo, me saco la chaqueta de mezclilla y corro fugazmente. No dure más que un día y termine aburrido de esta forma de vida completamente ajena a mi. Molestar a los demás y arruinar la tranquilidad de otros no va conmigo. Siempre me acuerdo que mi libertad termina cuando destruyo la del otro.

Luego de mi experiencia, con toda autoridad digo a los jóvenes no especializados, es decir, aquellos que no se deciden todavía por la gama especies, o mejor dicho, de tribus urbanas, pensarlo dos veces antes de elegir ser uno. Porque ser flaite es casi como ser gay: viven siendo discriminados pero se muestran tal y como son. No obstante, cabe rescatar un punto importante, que no puedo dejar de lado y que se refiere a aquellos flaites que lo son, no por el interés de elegir entre alguna tribu urbana ni mucho menos, sino por el simple hecho de nacer con las características fundamentales para ser uno. Por decirlo de alguna manera, el flaite natural, el flaite true.

Mis más respetuosos saludos a todos aquellos flaites hechos y derechos que apestan las micros gritando por sus barras, que pelean en los carretes cuando uno va a pasarlo bien, que te quitan las ‘tillas’ que uno se compró ayer, que te tiran al piño de ‘allá donde elloh viven’, y porque son los mismos que cuando uno encara titulándolos de “FLAITE conch…“#·&!@”, pegan el grito al cielo y te ‘cuelgan’ entero.

viernes, 20 de marzo de 2009

No olvidar: La impuntualidad es un castigo.

El chileno está lleno de virtudes y de defectos, pero parece ser más atractivo hablar sobre lo flojo y sacador de vuelta que somos, que de lo infelices y mal genio que andamos. De cualquier forma, el chileno tiene su lado bueno, sin embargo, no hablaremos de ese lametrodo hoy.

Nos levantamos temprano, ni desayuno tomamos y ya   estamos atrasados. Corremos de allá para acá y hacemos en veinte minutos lo que tranquilamente podríamos hacer en cincuenta. Nos damos veinte mil vueltas sin sentido, salimos de casa, cerramos la puerta, llegamos a la esquina, pero olvidamos la maldita tarjeta BIP que quedó sobre el comedor. Así es todos los días, hasta que se convierte en una rutina que deja de ser rutina, porque sorprende todos los días con un problema distinto.

Pero, ojo, este retraso tiene sus explicaciones. O es la locomoción colectiva o el despertador que nunca sonó; el accidente de tránsito o la pana del vehículo. Sea cual sea la excusa, nosotros nunca somos nosotros los responsables. Es más, comenzamos a buscar culpables para desligarnos de nuestra responsabilidad.

La impuntualidad es el castigo a la irresponsabilidad, al comportamiento indolente y por sobre todo a la desorganización personal. Afecta individualmente, pero es capaz de perjudicar a las masas, pues genera una “nube colectiva del mal humor e inapetencia”, provocando esas conocidas rencillas matutinas.

Que la gente que corre por todos lados, que baja las escaleras lo antes posible para alcanzar atravesar las puertas del vagón, que chocan con todo y con todos, y que tanto los que logran entrar como los que se quedan esperando terminan encolerizados y exaltados. metro santiago

El desenlace: El tumulto y la aglomeramiento desencadena, muchas veces, en discusiones por quién entrar o sale del vagón, o quien ocupa o desocupa un puesto, o por el codazo o la pisada del otros. En fin, cualquier es posible incluso aquellas donde las palabras se hacen nada y los golpes toman protagonismo.

Continúa el turbulento recorrido a las obligaciones diarias de miles de personas, y en el trayecto no queda otra opción que plantearse algunas excusas creíbles y convincentes, dignas de ser presentadas al jefe, al profesor o quién sea, para justificar el atraso. Pero entre la desesperación y el nerviosismo esta tarea se hace imposible. Al final, sale por la boca la primera mentira que viene a la cabeza y sólo los buenos actores -o si el jefe es tolerante- se obtienen resultados positivos.

Así, en pocas palabras, es la rutina del chileno. Complicada, apresurada y agitada. Pero, pase lo que pase, no aprende. Que “mañana si que me levanto a la hora”, que “mañana si que me acuesto temprano”. Siempre mañana, mañana y mañana, olvidando la frase célebre que dice nunca dejar para mañana lo que puedes hacer hoy.