jueves, 31 de marzo de 2011

Me acuerdo y no me acuerdo

Me acuerdo de mi madre cuando nos pedía a gritos que le ayudaramos a hacer el aseo. Me acuerdo que todos en la casa le obedecíamos resignados y sin protestar. Me acuerdo que no había ni un sólo domingo en el que no asistiera a misa. Me acuerdo cuando nos preguntó si queríamos hacer la primera comunión. Me acuerdo que con mi hermano le respondímos que sí, y estuvimos condenados a levantarnos temprano los fines de semana. Me acuerdo cuando mi padre se quedaba dormido en la misa, y mi madre lo despertaba con un codazo en el estómago. Me acuerdo que en la ceremonia de la comunión, una niña se orinó por los puros nervios. Me acuerdo que después de ese día no volví a pisar una iglesia. Me acuerdo que con el tiempo mi mamá tampoco volvió hacerlo.

Me acuerdo cuando formaba parte de la patota, un grupo de bicicleteros de la villa que terminó a combos y a patadas con mihermano mayor y mi vecino. Me acuerdo que para formar parte del grupo había que esquivar, montado en bicicleta, una serie de obstaculos ridículos que era imposible no poder pasarlos. Me acuerdo de las escandalosas peleas que sostenía con mi hermano, en las que yo siempre terminaba llorando. Me acuerdo cuando me lanzó unas llaves por la cabeza y de la pura rabia me arrojé contra él enfrente de mi abuela, que nos estaba cuidando ese día y que nos pedía a gritos que nos detuviéramos. Me acuerdo cuando escuchaba escondido un cassete de Iron Maiden que era de mi hermano. Me acuerdo que tenía miedo a que me retara por copiar todo lo que él hacía. Me acuerdo cuando me decía que no olvidara avisarle si alguien me molestaba. Me acuerdo que nadie me molestaba por miedo a recibir un golpe de mi hermano. Me acuerdo de su risa cuando escuchaba mis delirios: tenía 38 grados de fiebre. Me acuerdo que yo gritaba de espanto porque veía fantasmas acercarse a mí y pesas gigantescas que caían sobre mi cabeza. Me acuerdo cuando lanzaba, desde el paso de nivel, unas manzanitas pequeñas a los autos que transitaban por abajo. Me acuerdo que lo planeaba todo con mi amigo de entonces, el Nacho. Me acuerdo que ese día terminamos detenidos por un carabinero que llegó en moto, porque un vehículo al que le cayó una de esas frutas se detuvo en plena avenida La Florida y marcó el 133. Me acuerdo que lo único que hice fue llorar a destajo. Me acuerdo que en ese entonces no superaba los 12 años. Me acuerdo que desde primero a sexto básico tenía promedio 6,5. Me acuerdo que mis padres me peinaban a lo languetazo, me vestían con pantalones sobre el ombligo, camisas bien planchadas y zapatos bien lustrados. Me acuerdo que bajé mis notas y me convertí en un cabro desordenado cuando me junté con los chiquillos, un grupo de cinco compañeros que se sentaban en el fondo de la sala. Me acuerdo que jugabamos en clases a quién echaban primero. Me acuerdo cuando el profesor de historia dictaba la clase y en el momento en que decía "coma", nos repartíamos rápidamente un pan y nos lo metíamos en la boca, provocando la risa de los demás compañeros y nuestra expulsión de la sala. Me acuerdo que en primero medio dejé de lustrar mis zapatos. Me acuerdo cuando los chiquillos iban a mi casa para ver bailar a una compañera de curso que se empelotaba frente a nosotros. Me acuerdo que dejaba que la tocáramos siempre y cuando no le contáramos a nadie. Me acuerdo que nunca les conté nada de este episodio a mis padres. Me acuerdo de la cara de espanto de mi madre cuando le intenté explicar en vano que fumaba marihuana. Me acuerdo de la embarrada que quedó cuando mi padre me pilló en mi pieza fumando pito con unos amigos. Me acuerdo que los echó cascando de la casa y que luego me fue a sacar la chucha. Me acuerdo cuando mis padres estaban en Mendoza y me dejaron a cargo de mi tío Pato. Me acuerdo que con su permiso, y no con el de mis padres, me fui a carretear a la casa de una amiga y no volví hasta el otro día en la mañana. Me acuerdo que mi tío puso una constancia en carabineros por mi presunta desaparición. Me acuerdo que me llenó a puteadas cuando me vio aparecer. Me acuerdo que toda la familia pensó que había desaparecido. Me acuerdo del rostro de indignación de mi padre cuando me vio llegar a la casa con una sola zapatilla. Me acuerdo de la expresión de terror de mi madre cuando me vio aparecer con un ojo moreteado. Me acuerdo que tuve que agachar el moño al día siguiente. Me acuerdo cuando me rompí el labio por estar jugando a las peleas con mi hermano. Me acuerdo que me corría la sangre y les decía a mis padres, con toda seguridad, que no era tan grave como para llevarme al médico. Me acuerdo cuando a mi padre se le ocurrió la maravillosa idea de combinar ácido muriático con omo y agua, para limpiar el patio trasero de la casa. Me acuerdo cuando vi su cara roja y oi sus quejidos fatalistas. Me acuerdo que al principio no le creía que no podía respirar, hasta que llegó la ambulancia y se lo llevaron de emergencia a no sé dónde. Me acuerdo que luego llegó bomberos a bordo de un camión gigantesco que yo nunca antes había visto, sólo para desintoxicar la casa. Me acuerdo que los vecinos llegaron desde todos lados para puro copuchear. Me acuerdo de la niña que vivía frente a mi casa y repetía siempre, arrastrando las palabras, que era la niñita de Purén. Me acuerdo cuando mi viejo se agarró con el vecino, un gordo gigante de 2 metros y tanto de alto, porque no quería correr el auto para dejarlo salir del pasaje. Me acuerdo del asco que sentí cuando mi vecina, Marcela, una niña de tres años, se cagó en la alfombra de mi casa.

clip_image002No me acuerdo cómo llegué a mi casa sin una zapatilla. No me acuerdo cómo me fracturé el tobillo. No me acuerdo cuándo dejé el chupete. No me acuerdo cuándo tomé mi primer sorbo de cerveza. No me acuerdo cuál es la fecha exacta del cumpleaño de mis padres. No me acuerdo cuándo dejé de jugar con juguetes de plástico. No me acuerdo cuándo mi hermano se ganó el Súper Nintendo. No me acuerdo cuándo le tomé el gusto a los libros. No me acuerdo cómo llegué a ser la persona que soy. No me acuerdo cuándo dejé de decirle mamita a mi vieja, ni cuando empecé a decirle viejo a mi papi. No me acuerdo cuándo empecé a escribir con tanta dedicación. No me acuerdo qué estaba pensando cuando terminé con mi polola.

Sí me acuerdo que no puedo dormir con los closets de mi pieza abiertos. Sí me acuerdo que cuando chico decía que cuando grande sería un gran arquitecto. Sí me acuerdo que mi perro Martín falleció el nueve de marzo del 2011 y que lo sigo recordando hasta el día de hoy. Sí me acuerdo de la fecha de mí cumpleaños y el de mi novia, que la amo tanto. Sí me acuerdo que debo veinte lucas. Sí me acuerdo que el tiempo pasa volando. Sí me acuerdo de mi primer beso y de la primra vez que hice el amor. Sí me acuerdo que quiero hacer lo que me gusta. Sí me acuerdo que estudio periodismo hace cuatro años. Sí me acuerdo que egresé de un colegio cuyo nombre no quiero recordar. Sí me acuerdo que me llamo Esteban Acuña y que tengo 21 años. Pero no me acuerdo de nada más.

miércoles, 30 de marzo de 2011

El anuncio irremediable de una muerte cercana

Una vez me hablaron de los sueños premonitorios y creía que sólo algunas personas podían llegar a experimentar algo parecido, hasta que me ocurrió a mí. "Pancho Mouat venía a visitarme a mi casa. Mis familiares, junto a otras personas que me era imposible reconocer, estaban sentadas en el living, susurrando entre dientes. Las cortinas permanecían cerradas, pero un par de luces tímidas lograban penetrar en la sala oscura. Pancho reflejaba en su rostro pesar y amargura. Se sentó en una de las sillas, indiferente a todos los demás, y empezamos a conversar".

Recuerdo que esa noche me costó conciliar el sueño. Desperté varias veces en la madrugada. Imágenes en movimiento nublaban mis pensamientos y se diluían en sueños hasta que me adormecía de nuevo. "Me arrancaba todos los dientes de un tirón. Se desprendían con facilidad, produciéndo un sonido desagradable". Desperté sobre saltado, y llevé mis dedos hasta los dientes para comprobar que sólo era un sueño y que seguían ahí mismo, intactos.

Al día siguiente, recibí un correo de Francisco, en el que avisaba a todos los integrantes del taller que durante la mañana había fallecido su hermana, Catalina Mouat Croxatto, de sólo 31 años, por lo que no habría sesiones durante la semana. "Ha sido un mazazo brutal para los que la queríamos", nos escribió. Y para mí también lo fue, no sólo por dimensionar el doloroso momento que debe estar pasando Pancho y sus familiares, sino, además, por recibir a través de un sueño el anuncio irremediable de una muerte cercana. Así, por lo menos, lo interpreté yo.

"Lo siento mucho" le dije a Pancho, cuando vi su rostro alfigido, semejante al que vi en mis sueños. Estrechamos un fuerte abrazo, como muchos de sus amigos lo hicieron ese día, en el funeral. Pues un abrazo es suficiente para decir "aquí estoy contigo y siento tu dolor". Un abrazo basta, en ese momento, para decirlo todo: pero yo le dije un poco más. "Pancho, ayer soñe contigo- y mientras nos palmoteábamos la espalda, él me respondió-:"Ojalá haya sido un bonito sueño". Y yo guardé silencio, porque sabía que no había sido así.

jueves, 24 de marzo de 2011

Una desilusión provechosa

En este espacio no hablo sobre temas contingentes, no informo acerca de lo que pasa en Chile y el mundo -salvo ocasiones excepcionales-, no me gusta hablar de fútbol, no escribo párrafos cortos y estructurados, no respondo a las seis doble ve, y podría continuar con una serie innumerable de características que me diferencian de algún otro blog cuyo autor sea de profesión periodista. Cualquiera que lea estas entradas tiene el derecho pleno a preguntarse si la persona que escribe es realmente un estudiante de periodismo con pretenciones de forjar una carrera exitosa.

La sola idea de trabajar durante toda mi vida en prensa, me angustia. Las noticias me aflijen, me atosigan y me escandalizan. Convivir para siempre con el bombardeo mediático, con la competencia desvergonzada, con la histeria periodística, sería una condena. Qué clase de periodista soy, me pregunto a veces, si rechazo la materia prima que constituye mi profesión. Me canso de buscar alguna respuesta, aunque de algo estoy seguro, y es que no lo tengo claro, pero si es por justificar mis dichos, digo que soy un desilucionado, y no de la profesión, porque es hermosa -a pesar de sus peros-, sino de quienes la controlan, que son los que la articulan como quien maneja una empresa con ánimo de lucro, tomando decisiones de acuerdo a los índices del mercado. Con ellos es el problema.

Pero no quiero desbaratar este relato hablando de aquellos personajes. No es mi intención llevar mis palabras por esa dirección. No valdría la pena. Prefiero contestar la pregunta que plantee al principio, si acaso pretendo forjar una carrera exitosa como periodista, y la respuesta es: no sé, no tengo idea. No creo en el destino. Para mí, nada está escrito, todos somos un cuaderno en blanco cuyo deber nuestro es llenarlo con palabras que le otorguen sentido a nuestra existencia. Sí creo en el poder de las decisiones, pues la vida se construye en base a lo que rechazamos o dejamos de hacer por aceptar y hacer lo otro.

Cada vez que me preguntan por el rubro al cual me quiero dedicar y perfeccionar, mi respuesta es débil, abierta e insegura, porque no lo tengo claro. Y cada vez que me lo cuestiono a solas, llego a las mismas dudas y a los mismos convencimientos, que son los menos. La única certeza que me permito afirmar con convicción es que me gusta escribir. Me encanta escribir. Pero eso no es suficiente, aunque me digan lo contrario.

Escribir, para mí, es una especie de terapia para sanar mis conciencia, para dejar que fluyan mis pensamientos por el mar del conocimiento y no se atasquen en medio de la corriente. Escribir es encontrarme a mí mismo, es conocerme para lograr reconocerme. Escribir es crecer como persona, y todo eso no tiene precio. Transformar la escritura en un trabajo, significa colocar cortapisas a todas esas sensaciones que no se pueden comprar. Significa, en cierta forma, vender mi pasión para recibir a cambio un dinero al cual me debo subyugar por contrato. Entonces, todo se distorsiona y pierde sentido.

A pesar de todo, no me arrepiento de haber elegido lo que estoy estudiando. Una vez ejercí como periodista y fue una experiencia increíble, con altos y bajos, y seguro tendré que hacerlo de nuevo, y lo acepto -ojalá en una empresa comprometida con el periodismo, que remezca a las arcas del poder porque dice y no esconde la verdad-, lo acepto, mientras esté convencido de que será parte del camino y no un final en sí. Sigo sosteniendo lo mismo, estudiar periodismo ha sido una de las mejores decisiones que he tomado, porque se transformó en un trampolín que me lanzó directo a abrir mi curiosidad, a fijarme en lo cotidiano, a descubrir mis inquietudes y, sobre todo, mi inclinación, a veces delirante y traumática, por la literatura, así como por los pensadores compulsivos, los curiosos, los hambrientos de saber, los personajes locos por vivir, ésos con los que me siento identificado.

domingo, 20 de marzo de 2011

Todos vivimos de verdades a medias

Uno de los engaños más grandes que existen, es mentirnos a nosotros mismos. La actitud más cómoda es mirarnos al espejo y ver reflejada la imagen idealizada de lo que queremos ser; rehuír de nuestros defectos e imperfecciones -de nosotros mismos, al fin y al cabo- como ratas que se escabullen por los recobecos hasta perderse para siempre; escapar de nuestra sombra sin advertir que nos perseguirá a donde quiera que vayamos, y que terminará por atormentarnos si no la aceptamos como parte escencial de nuestro ser. Es decir, si no reconocemos nuestras carencias, tal como aplaudimos nuestras virtudes.

Es momento de desechar los pensamientos que quedaron anclados en mi mente por el capricho estúpido de no parecer inconsecuente frente a los demás. Por más que lo evitemos, caemos una y otra vez en incongruencias con nosotros mismos, pero no corremos a contárselas a nadie. Las dejamos para nosotros solos. Somos por naturaleza personas que no guardamos correspondencia lógica con los principios que profesamos. Por eso, frente al conocimiento, es recomendable presentarse siempre como un libro abierto, y no parecer como un tonto sosteniendo máximas terminantes y concluyentes, que no responden sino al desasosiego petulante del que presume sostener su verdad equivocada.

Nosotros tenemos nuestras propias verdades, yo tengo mi propia verdad, pero reconozco que es una verdad a medias, y que soy lo bastante razonable como para cambiar de opinión si descubro, o me hacen entender, que estoy equivocado. Todo puede suceder. No reniego de nada. Siempre estoy dispuesto a cultivar una mirada distinta, si es, desde mi punto de vista, positiva. No soy tan decadente como para atascarme en mi propia mierda, en mi propia ignorancia, que es, lamentablemente, el principal motivo por el que algunos defienden tanta tontería.

Leí una frase de un obra, cuyo título no puedo recordar, que plantea que cada vez que uno lee un libro todas las ideas preconcebidas que se tenían hasta ese entonces, se esfuman. Y uno vuelve a empezar. Vuelve a navegar por el mar del desconocimiento, dispuesto a aceptar que nuestras ideas no son más ni menos ciertas que las de los demás.

De antemano, confieso lo siguiente: que no es tan fácil aceptar este principio -por llamarlo de alguna manera estúpida- y que mi discurso puede estar equivocado. Como sea, sostengo con firmeza, pero sin prepotencia, lo que estoy diciendo, porque se basan, ni más ni menos, en los pensamientos que me quitan el sueño y por los que, en estos momentos y bajo estas circunstancias, me estoy jugando mi verdad con la de quienes me leen. Como dice Álex Ivanovich en la novela de Dostoievski, El Jugador: "Sé que he dicho muchas tonterías; pero tanto peor, ésas son mis convicciones".

Navegando por el inconsciente

Confieso que gran parte de mi corta existencia he sido un escéptico. De esos que dicen que "hay que ver para creer". Pero hace tiempo aprendí que sostener una frase como esa te lleva por un camino repleto de limitaciones, puesto que no necesariamente lo que vemos significa que es verídico, y lo que no vemos, que no existe. Yo quise llegar un poco más lejos, y deposité mi fe en el poder oculto del inconsciente y de su más fiel manifestación: nuestros sueños.

Contar lo que soñamos a nuestros más cercanos es una de las tareas más habituales que solemos realizar. Algunos sueños se proyectan en nuestra mente de una manera espectacular, casi como una película o una historia muy bien contada. A veces, sólo aparecen fragmentos de imágenes extrañas sin ninguna conexión entre sí, que forman un relato sucesivo de hechos incongruentes que aparentemente no calzan por ningún lado. De cualquier manera, nuestros sueños hablan por sí solos y si nos detuvieramos un momento en ellos y les brindáramos el tiempo que se merecen, podríamos tener una idea más clara de lo que ocurre en lo más profundo de nuestros pensamientos.

Me provoca un poco de desconcierto ver millones de personas en todo el mundo más preocupadas de resolver problemas de gran embargadura, me refiero, a nivel planetario, antes de curarse asímismos de su propia neurosis. Somos personas enfermas y debemos aceptarlo. No lo digo yo, lo dijo Freud y Carl Jung en su momento, y lo dice ahora Claudio Naranjo: recurrir a los sueños como tratamiento es un camino inteligente. A través de los sueños podemos empezar a observar nuestro inconsciente y formarnos una visión sobre la totalidad de los problemas con los que cargamos diariamente sin darnos cuenta. Si analizamos los sueños como una serie en cadena, aparecen ciertos símbolos que se repiten una y otra vez en distinta forma, y que son claves para sanar nuestras neurosis. Analizar los sueños es un proceso que merece el interes de todos los que se abocan a una de las tareas más difíciles que se puede empeñar todo ser humano que busca la verdad: conocer nuestro propio ser.

El otro día tuve un sueño y fue el primero del que tomé nota. Pretendo escribir todos mis sueños para luego ir descubriéndolos en una libreta que titulé como "Mis representaciones oníricas". Al sueño le puse "Escape de casa por la mañana" y dice: "Durante la mañana, mientras mis padres se alistaban para ir al trabajo, salí de casa escondido y me junté con Sebastían, un amigo de la infancia. Fuimos hasta la plaza de la avenida y me invitó a fumar marihuana. Cuando veníamos de vuelta suena una alarma potente, que vino de no sé dónde y que estremeció a toda la villa. Mientras tanto, mis padres instalaban una antena gigantesca, de un tamaño desproporcionado, en el techo de mi casa. Yo, por cierto, no entendía nada. Esperé que se entraran para que no me descubrieran. No sé cómo, pero entré. Subí las escaleras y escuché en el baño el sonido del secador. Mi madre siempre se seca el pelo por la mañana. Mientras pisaba los últimos escalones, el sonido se detuvo. Asustado, corrí rápidamente hasta mi pieza y me lancé sobre la cama, antes de que mis padres se dieran cuenta de que no había estado en casa por un par de horas".

 Tengo algunas ideas, que me reservo por el momento, de lo que podría significar este sueño. Pero aguardo pacientemente a que vengan otros más. Las últimas noches ha sido tortuosas. Me concentro lo que más puedo en dirigir mis alucinaciones visuales hacia una dirección concreta, hacia donde yo quiero que vayan. Lamentablemente, no lo logro e incluso, a veces, no puedo recordar nada. Puede parecer -para la gente que jamás se ha preguntado qué es el lado inconsciente ni nada de eso-, que estoy un poco obsesionado con el tema. Y está bien, las personas no entienden estas cosas síquicas, espirituales, anormales, o como quieran llamarles, porque nunca han oído de ellas o no le interesa tampoco saberlo. O porque, como dijo Jung una vez, "no es popular dedicar tiempo en uno mismo".

 

miércoles, 9 de marzo de 2011

Adiós a Martín

Siempre que escucho el nombre de un tal Martín, pienso que están hablando de un perrito como el mío. De un poodle mestizo, cuyo amo decidió ponerle un nombre de ser humano para humanizarlo sin quererlo. Martín fue más humano que todos nosotros, porque supo agradecer con humildad nuestro cuidado, y supo perdonar nuestras desatenciones del pasado. Martín fue más animal que todos nosotros, que decimos tener un instinto parecido, porque nos impuso desde cachorro su temperamento que lo caracterizó de por vida, sobre nuestra voluntad. Y lo respetamos. Lo tratamos con tanto cuidado para no molestarlo, para no contrariarlo, para no dañarlo… que para algunos parecía exagerado. A Martín lo amamos de una manera especial.

Hoy se despide de todos nosotros, de los que llamaron arrepentidos desde la veterinaria diciendo que teníamos razón, que el perro era bravo; de los que tuvieron que enfrentarse a él para cortarle el pelito, que Martín hasta el último día de su vida no dejó de mostrarle los dientes a los que osaban manipularlo; de los que lo quisieron como era, rabioso y mal genio, pero por sobre todo luchador, que no cualquier perro vive dignamente hasta los veinte años; de nuestros amigos que hablaban de él como un perro especial, como un viejo ilustrado que optó por la abstinencia y la sabiduría eterna, y que más de una enseñanza aprendimos de él, porque no murió en vano; de los que le sobaron el lomo, le rascaron la pierna y le dieron cariño; de mi vieja, que siempre le brindó amor y cuidado; de mi viejo, que varias veces fue víctima de las mordeduras de Martín, que sin saberlo mordía la mano que le daba de comer; y de mi hermano, a quien nunca mordió, que lo cuidó con más dedicación que cualquiera de nosotros, hasta los últimos días de su vida, y que fue quien lo inscribió oficialmente en el registro de nombres como Martín Dino Acuña Venegas, el perro de la familia Acuña, que a los 20 años, un nueve de marzo de 2011, durmió en un sueño profundo del que nunca más volvió a despertar.

martín

Doy gracias a la negligencia médica

El viernes el médico me informó que no tengo ningún esguince en el tobillo. Me mostró la radiografía. Aparecen dos huesitos, cuyos nombres desconozco, un poco desplazados, se ve clarito. Es decir, están fracturados, me lo dijo él mismo. Así me pasé más de una semana recorriendo Valdivia y la isla de Chiloé con la mochila a mis espaldas, cruzando extensos valles, subiendo empinadas dunas y caminando varios kilómetros por la carretera con el pie quebrado. Aguanté como pude y no me di por vencido. Aclaro de inmediato que no me arrepiento de nada.

S7303983Confieso que por unos minutos pensé en volver a la capital, pero despejé la idea a tiempo. Me convencí de que era una simple torcedura de tobillo que no dolía mucho, que estaba bastante hinchada como para pensar en hacer un receso y descansar un par de días, pero no tanto como para abandonar el viaje. Abandonar sería como fracasar en la misión más importante que hasta el momento me ha sido encomendada, y eso sería lo último que hubiese hecho. Había que seguir adelante, sí o sí.

Por si acaso, fui directo a visitar a un médico. En el hospital regional de Valdivia me dijeron que debía esperar como cuatro horas para ser atendido. Era tarde y priorizaban las emergencias. Yo no estaba dispuesto a esperar tanto tiempo así que me fui directo a la “humilde” Clínica Alemana. Cuando llegué, hablé con la secretaria, una jovencita buena moza, con unos ojos de un verde penetrante, que me hizo el favor de hablar con el médico de turno y explicarle que me había torcido el pie mientras mochileaba. Me llamó al rato después y me dijo que pasara así nomás a una sala y que esperara un minutito porque enseguida me atendería el médico. S7304119

Esperé pacientemente mientras observaba todos los implementos de curación que estaban guardados en cajas de color grisáceo amontonadas en un rincón de la pieza,  hasta que entró un hombre de baja estatura, calvo, vestido con una cotona blanca, que se acercó a mí, me apretó la mano y fue directo al grano. “Me torcí el pie, lo tengo súper hinchado y me duele”, le dije. Me miró el pie, me lo movió de un lado para otro, me preguntó si me dolía, yo le dije que muy poco. Todo eso, según él, para comprobar si se trataba de una fractura. Me lo soltó y diagnosticó que se trataba de un simple esguince, una cosa poca que sanaba con una semana de reposo, pie en alto, y anti inflamatorio. Le pedí que me recetara algo para inyectarme, que fuera directo a la vena, y me hizo caso, aunque al principio vaciló. Se fue tan rápido como llegó y una enfermera le dio el relevo. Mientras ella ordenaba unas vendas, le pregunté si podía regalarme una, porque la mía valía callampa. Me miró con ojos cómplices y me dijo que sólo lo haría como un favor. Salí de la consulta con venda puesta y diagnóstico incluido, y no sin antes despedirme de la secretaria de ojos verdes. Gracias a ella me salió la consulta gratis.

Seguí mi camino feliz de la vida, convencido que se trataba de una cuestión menor, de una simple torcedura de pie, de una hinchazón de poco aliento. Puede parecer estúpido lo que voy a decir, pero agradezco al médico el favor que me hizo al dejarme tranquilo diciéndome que era sólo un esguince, porque la historia hubiese sido muy distinta si me diagnosticaba una fractura. SeguramentS7304063e habría tenido que volver a Santiago por la gravedad de la lesión y no habría podido continuar. El destino quiso que no me perdiera la oportunidad de conocer mi país. Y aunque ahora deba aguantar una bota ortopédica que inmovilice el tobillo por tres semanas, me lo tomo con humor, cuento la historia las veces que quiera, y doy gracias por eso y por todo lo demás.

lunes, 7 de marzo de 2011

Los perros no piensan esas cosas

Mi papá dijo la otra vez, “después de que se muera Martín no habrá ningún perro en la casa durante un año”. Pero como las cosas que dice mi viejo no se siguen siempre al pie de la letra, llegó Baloo, un hermoso y adorable yorkshire que trajo muchísima alegría a la familia, pero una alegría a medias, que no puede ser disfrutada plenamente, porque Martín, nuestro viejo veterano, nos tiene a todos con el alma en un hilo.

imageEs triste ver envejecer a nuestros perros, sobre todo si nos han acompañado durante toda la vida. El otro día Martín comió muy poco, y lo poco, lo vomitó. Está más delgado, se le notan sus huesitos pegados a la piel, no quiere levantarse y su aspecto es cada vez peor, aunque mantiene en sus ojos una mirada que refleja esperanza. Pocos son los perros que aguantan con tanta firmeza como Martín. Es que nadie parece indiferente ante la historia de un viejo con 20 primaveras encima, las mismas que ahora le están pasando la cuenta.

A estas alturas me pregunto qué escribiría Martín, si pudiera, sobre todos estos años. Qué diría de nosotros, que tanto lo hemos cuidado como también nos hemos equivocado. Qué conclusiones sacaría a estas alturas sobre su vida, que no tuvo más sobresaltos que morder a un par de veterinarios, aventurarse por el patio delantero todos los días y reclamar si no cumplíamos con la rutina, y comer unos sabrosos sachets de carne, que era el único momento en que se salía de la dieta de los pellets que ha comido durante casi toda su vida. Qué diría Martín sobre la repentina llegada del pequeño Baloo, que fue para todos nosotros una felicidad enorme. ¿Que hicS7304204imos mal, que fuimos unos traidores, que lo cambiamos por otro perrito?

Una tarde en que acariciaba el lomo de Martín, Baloo se acercó lentamente a él por un extremo del patio, mantuvo la distancia, con el respeto que se le debe a cualquier viejo que no ha vivido en vano. Martín no lo tomaba en cuenta y disfrutaba de mi cariño. Pero de pronto, se levantó como pudo y miró en todas direcciones, como si hubiese visto una imagen reveladora, como si hubiese encontrado lo que buscaba, como si hubiese aclarado sus sospechas. Eran las sombras de un pequeño cachorro que se escabullía por los matorrales, como un conejo, era Baloo que corría y saltaba por todos lados. Así fue como se enteró de que había en casa un nuevo integrante.

No sé qué pensaría Martín al respecto. Me gustaría saberlo. Pero creo que no lo tomaría a mal. Baloo no llegó a casa para suplantar el cariño de Martín. Sólo llegó para ser querido como uno más de la familia, igual como el día en que él apareció en casa y se le entregó todo el amor que hasta el día de hoy se le sigue brindando. Martín es sabio, y sabe que nadie podrá arrebatarle el espacio que se ha ganado en el corazón de cada uno de nosotros.S7304205

Pero quizá Martín no piense en ninguna de estas cosas, sino en cosas de viejos, como que el tiempo envejece de prisa y que nadie está a salvo del correr de los años. Que a unos le tocan antes y a otros después, que a unos de una manera, y a otros, de otra, y que el destino no discrimina y que todos convergemos en la última etapa de lo que llamamos vida, que es la muerte, y que es lo único que no tiene remedio alguno. O quizá tampoco piense en eso, y quizá Baloo tampoco. Quizá sólo quepa en la mente humana un pensamiento parecido. Los perritos no pierden su tiempo pensando en esas cosas.