miércoles, 9 de marzo de 2011

Doy gracias a la negligencia médica

El viernes el médico me informó que no tengo ningún esguince en el tobillo. Me mostró la radiografía. Aparecen dos huesitos, cuyos nombres desconozco, un poco desplazados, se ve clarito. Es decir, están fracturados, me lo dijo él mismo. Así me pasé más de una semana recorriendo Valdivia y la isla de Chiloé con la mochila a mis espaldas, cruzando extensos valles, subiendo empinadas dunas y caminando varios kilómetros por la carretera con el pie quebrado. Aguanté como pude y no me di por vencido. Aclaro de inmediato que no me arrepiento de nada.

S7303983Confieso que por unos minutos pensé en volver a la capital, pero despejé la idea a tiempo. Me convencí de que era una simple torcedura de tobillo que no dolía mucho, que estaba bastante hinchada como para pensar en hacer un receso y descansar un par de días, pero no tanto como para abandonar el viaje. Abandonar sería como fracasar en la misión más importante que hasta el momento me ha sido encomendada, y eso sería lo último que hubiese hecho. Había que seguir adelante, sí o sí.

Por si acaso, fui directo a visitar a un médico. En el hospital regional de Valdivia me dijeron que debía esperar como cuatro horas para ser atendido. Era tarde y priorizaban las emergencias. Yo no estaba dispuesto a esperar tanto tiempo así que me fui directo a la “humilde” Clínica Alemana. Cuando llegué, hablé con la secretaria, una jovencita buena moza, con unos ojos de un verde penetrante, que me hizo el favor de hablar con el médico de turno y explicarle que me había torcido el pie mientras mochileaba. Me llamó al rato después y me dijo que pasara así nomás a una sala y que esperara un minutito porque enseguida me atendería el médico. S7304119

Esperé pacientemente mientras observaba todos los implementos de curación que estaban guardados en cajas de color grisáceo amontonadas en un rincón de la pieza,  hasta que entró un hombre de baja estatura, calvo, vestido con una cotona blanca, que se acercó a mí, me apretó la mano y fue directo al grano. “Me torcí el pie, lo tengo súper hinchado y me duele”, le dije. Me miró el pie, me lo movió de un lado para otro, me preguntó si me dolía, yo le dije que muy poco. Todo eso, según él, para comprobar si se trataba de una fractura. Me lo soltó y diagnosticó que se trataba de un simple esguince, una cosa poca que sanaba con una semana de reposo, pie en alto, y anti inflamatorio. Le pedí que me recetara algo para inyectarme, que fuera directo a la vena, y me hizo caso, aunque al principio vaciló. Se fue tan rápido como llegó y una enfermera le dio el relevo. Mientras ella ordenaba unas vendas, le pregunté si podía regalarme una, porque la mía valía callampa. Me miró con ojos cómplices y me dijo que sólo lo haría como un favor. Salí de la consulta con venda puesta y diagnóstico incluido, y no sin antes despedirme de la secretaria de ojos verdes. Gracias a ella me salió la consulta gratis.

Seguí mi camino feliz de la vida, convencido que se trataba de una cuestión menor, de una simple torcedura de pie, de una hinchazón de poco aliento. Puede parecer estúpido lo que voy a decir, pero agradezco al médico el favor que me hizo al dejarme tranquilo diciéndome que era sólo un esguince, porque la historia hubiese sido muy distinta si me diagnosticaba una fractura. SeguramentS7304063e habría tenido que volver a Santiago por la gravedad de la lesión y no habría podido continuar. El destino quiso que no me perdiera la oportunidad de conocer mi país. Y aunque ahora deba aguantar una bota ortopédica que inmovilice el tobillo por tres semanas, me lo tomo con humor, cuento la historia las veces que quiera, y doy gracias por eso y por todo lo demás.

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