lunes, 25 de abril de 2011

Borracho por última vez

Se llama Manuel Campos y es mi bisabuelo. Fue un hombre tentado pal’ copete. Pasó gran parte de su vida emborrachado. Debió de haber empezado de cabro chico, con unos sorbitos que le convidó el padre, y terminó chupando como si fuera un deporte, como si la vida se le fuese a acabar.

clip_image002Las historias de los alcohólicos suelen terminar con un final penoso. La mayoría deja todo por la botella hasta que terminan destruyendo su vida y luego empiezan a destruir la de los demás, sobre todo la de quienes más lo quieren. Hasta que se queda sólo. Esa suerte no corrió Manuel Campos. Él dejó de beber cerca de los 45 años. Entró a un centro de rehabilitación y parece que la ayuda le sirvió, porque no tomó ni una sola gota de copete durante casi 20 años.

Cuando mi madre era una niña y lo iba a visitar, veía a su abuelo Manuel en las horas de almuerzo sentado en la silla del comedor y con un vaso lleno de Limón Soda. Siempre tomaba Limón Soda, no le gustaba ninguna otra bebida. Y no faltaba el plato lleno de ensalada con lechuga bien aliñada que tanto disfrutaba. Mi vieja también se preparaba uno, y lo acompañaba en la mesa. Jamás conoció a su abuelo en mal estado.

Manuel era un hombre al que costaba sacarle las palabras. Incluso se podría decir que era un poco depresivo. De hecho, tomaba pastillas. De qué, no tengo idea. Mi madre se acuerda muy poco de él. Evoca sólo aquellos detalles que van quedando en la memoria a pesar del paso del tiempo y que, por una u otra razón, son los más significativos. Recuerda perfecto, por ejemplo, cuando su abuelo Manuel llegaba a casa y en tono de broma, decía: “Pasé por el Mapocho, pero me dio lata tirarme porque estaba muy cochino”.clip_image004

Una día, Manuel sostuvo una fuerte pelea con su hija. No se sabe bien por qué, pero tras de ese episodio no se le volvió a ver en casa. Pasaron diez noches desde que estaba desaparecido y sus más cercanos ya pensaban lo peor. Nadie sabía por dónde andaba. Lo buscaron en hospitales, comisarías, bares y en cuanto lugar se sospechaba que estuviera, pero no lo hallaron por ningún lado. Ese día, mi mamá, pequeña e inocente, estaba vacacionando en Quillota y se acuerda que llegó su madre vestida de negro y que con voz tremebunda le dijo: “Hija, el abuelo Manuel se lanzó al río borracho. Borracho por última vez”.

martes, 19 de abril de 2011

Apuntes cotidianos de reflexiones pasajeras

1. Tengo una botella vacía de un tequila Senda Real que mi abuelo me regaló transformada en una lámpara artesanal que ahora descansa en el velador de mi pieza. Cuando me la dio no me dijo cómo ni cuándo se la tomó. Yo tampoco me animé a preguntarle. Es tan probable que se la haya bebido junto a sus amigos, entre risas y bromas, como él sólo, entre llantos y lamentos. Ahora su luz me acompaña en las frías noches de otoño, junto a un café cargado y un libro bien grandote que estoy leyendo acerca de historias y anécdotas sobre varios personajes chilenos. Cada vez que enciendo esa luz, me acuerdo que prometí visitarlo y que aún no cumplo mi palabra.

2. Decenas de fotografías en un rincón de la habitación recuerdan varios momentos junto a una persona especial. Muy especial. Ella sonríe en casi todas. Su dulce mirada está como atenta a cada uno de mis movimientos. Me detengo en una en la que ella aparece sonriendo. Ése fue un regalo de aniversario. El marco de la fotografía, adornado con espejos en los bordes, es tan hermoso como la misma foto en la aparecemos juntos, abrazados en la playa. En la parte inferior aparece escrito: "5 años... Te amo". Siempre me quedo mirándola.

3. Posters de bandas de rock y metal pesado rodean las murallas mi pieza. Los miembros de esta clase de música son, como todos saben, puros chascones con chaquetas de mezclilla, pantalones ajustados y que miran como diciendo “si te veo, te mato”. Me acuerdo cuando era un cabro chico y me vestía de negro. Incluso, en pleno verano, a veces ocupaba bototos y cadenas si lo consideraba necesario. Todos me preguntaban que cómo cresta aguantaba el calor y yo les decía que ya estaba acostumbrado, aunque se me estuvieran cayendo los patos asaos. Yo, como siempre, quería hacer lo mismo que mi hermano mayor.

4. Tengo algunos afiches propagandísticos en contra del uso de animales en circos y experimentos científicos,. Están pegados con scotch en la muralla de mi habitación.  El más leído es el de una agrupación llamada “Ni casco ni uniforme”, que llama a la objeción de conciencia e invita cordialmente a no incorporarse a las filas del servicio militar, porque de lo contrario -aseguran- podrías terminar como Juanín. Juanín -dice el afiche- era una buena persona, un poquito flojo, un poquitín travieso, pero risueño, divertido, amable y aunque no encontraba pega estable, tampoco era lo que se llama un quedado. Pero desde que volvió del servicio militar llegó más flojo... se cansó mucho; más autoritario... ahora les grita a todos; más cerrado... no se le puede decir nada; más violento... altiro sale con los golpes; más inútil... no se le ocurre nada; más sumiso... si le gritas más fuerte se somete; más machista, es decir, más huevón; más represor... no soporta a los que son diferentes; más tonto... ya no piensa, ni rie, ni es divertido. Esa es la historia de Juanín. Juanín está en mi pieza y yo no quiero ser como él. Lo tengo ahí como advertencia.

5. Una vez escuché decir a un profesor que le daba miedo llegar a una casa en la que no hubieran libros. Yo quedé como preocupado porque en mi casa todos los libros están en mi pieza, y mi pieza queda en el segundo piso, por lo que cualquier persona que piense igual que mi profesor creerá que en mi casa no existen los libros a menos que suba hasta mi pieza y advierta, sin equivocarse, que el único que lee en mi casa soy yo. Mis libros reposan encima de mi escritorio en un orden que sólo yo entiendo. Algunos están en fila, tan apretados que no cabe ni un papel entre medio, y otros desparramados en un desorden que, al fin y al cabo, también es un orden. Un orden propio, por cierto. No sé si existe una sensación tan reconfortante como mirar desde cierta distancia todos mis libros -que no son tantos como quisiera- apilados en un solo lugar. Quizá no exista nada parecido.

6. Mi habitación tiene un papel mural con dibujos de instrumentos musicales que se repiten continuamente. Primero viene un saxo, luego un tambor y finalmente una guitarra: saxo, tambor y guitarra, saxo, tambor y guitarra, una y otra vez, por todo el ancho y el largo de la pieza. También hay notas musicales, llaves de sol y pentagramas desplegados por todo el cuarto. Algunas visitas me dicen que es un mural de cabro chico y puede que tengan razón, pero a mí me da lo mismo. Siempre me he preguntado si las notas del mural están puestas al azar o si se trata de una melodía que espera ser descifrada. Nunca me he animado a hacerlo. Es que toco muy mal la guitarra.

7. Ha pasado un poco más de un mes desde que falleció mi querido perro Martín (los pasajes de su vida quedarán para siempre en mi memoria). Han pasado dos meses desde que me fracturé el tobillo. Han pasado muchas semanas desde que no voy a la universidad. Ha pasado el verano, los días calurosos y el tiempo libre. Comenzaron los fríos días de otoño, de hojas secas y caídas y de miradas cálidas y recogidas que esperan el conteo final de los segundos que quedan de ocio. La lluvia ya se insinuó de manera discreta. El cielo se ve cada vez más oscuro. Ha pasado el tiempo volando. Han pasado muchas cosas y yo las he ignoro casi todas, porque me siento disperso. Me siento disperso y por eso escribo: para volverme a encontrar.

lunes, 18 de abril de 2011

Papá cuéntame otra vez

Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de oficiales de la DINA y estudiantes con El Siglo,
Y dulce Ramona Parra en murallones combativos,
Y canciones de Los Quila y ese amor tan subversivo.

 Papá cuénta una vez más todo lo que defendiste
de esa fuerza militar que golpeaba en poblaciones
Y cómo te hiciste UP s
oñando revoluciones,
con la Alameda en el pié, y
en los sueños días mejores.

Para cuéntame otra vez esa historia tan bonita
de aquel Presidente loco
que en La Moneda dió la vida
Y cuyo ejemplo ya nadie se atrevió a seguir de nuevo
Y como desde aquel día nuestro canto es un lamento.

Papá cuéntame otra vez que tras tanta y tanta marcha
Y tras tanto grupo armado y tantas voces panfletarias
Al final de la partida no pudiste hacer nada.
Y najo esta democracia ciertos muertos no descansan.

Fue muy dura la derrota, todo lo que nos contaste
Se pudrió en televisores, bajo Sábados Gigantes.
Y ya nadie canta al ser, ya no hay locos, ya no hay Parras.
Pero tiene que llover, la memoria no se aplaza.

Queda lejos aquel Sueño, queda lejos el Mitín,
queda lejos Luis Emilio Recabaren, m
uy lejos aquel país
sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual,
el país que nos trajeron, fue una multinacional.

 Y siguen los mismos muertos, perdidos y sin funeral.
Ahora indultan lobos los que leían El Capital.
Ahora indultan lobos los que leían El Capital.
Ahora indultan lobos los que leían El Capital.

jueves, 14 de abril de 2011

El absurdo de algunas batallas

Mi vieja trabaja hace 11 años en Conavicoop, unacooperativa "sin fines de lucro" que entrega subsidios habitacionales. Me dijo, con conocimiento de causa, que los empleados ganan una miseria en comparación con el jugoso sueldo que obtienen sus gerentes. El junior de su oficina recibe a fin de mes 300 lucas; y los que están por encima de él, hasta siete palos. Es decir, en una empresa que no existe ánimo de lucro, el dinero se reparte proporcionalmente al criterio de unos directivos que quieren poseerlo todo, y sus excedentes, según su naturaleza, se reinivierten en obras sociales que curiosamente no se ven por ningún lado.

Yo estudio, hace cuatro años, periodismo en la Universidad Central. La Central es una institución privada y por reglamentación "sin fines de lucro", igual que todas las universidad privadas de Chile. Está compuesta por seis miembros que forman una Junta Directiva electa, supuestamente, de manera democrática. Sus directivos son peces gordos que visten caro, que manejan mucho dinero, que tienen influencias por doquier y redes políticas para ejercer su voluntad de acuerdo a sus intereses en común.

Ocurre igual que en todas las universidades privadas. Por ejemplo, en la que voy yo, el presidente, Eduardo Livacic, es de la Democracia Cristiana, y los demás -era que no- tienen marcadas influencias políticas pero por sobre todo -y esto es lo peor- una ideología económica en la que convienen todos. Ĺa próxima directiva -si es que se renueva, como exigen los estudiantes- no será la excepción a la regla. Ellos son, entonces, los que manejan una universidad con más de 25 años de historia y que en su slogan luce como bandera de lucha el pluralismo, la independencia y la innovación.

Hace un par de meses se viene tramando la venta del 50 por ciento de la Universidad a la Sociedad de Inversores Norte Sur. Se dicen muchas cosas al respecto, algunas ciertas, pero otras tan falsas que dan ganas de cagarse de la risa o de ponerse a llorar. Cuando dicen que la Central "es la privada más pública de nuestro país", me pasa eso. O cuando dicen, por ejemplo, que si se vende la Central ya no se podrá optar al Crédito Aval del Estado. O cuando reclaman con escándalo que subirán los aranceles, cuando éstos suben todos los años. Voy en cuatro año de carrera y mis viejos han tenido que pagar casi el doble de lo que pagaron en el primero.

Ahora sólo falta que el Mineduc, en un plazo de un mes, ratifique los estautos para concretar la venta; si no lo hace, los únicos perjudicados serán los peces gordos. En cambio, si el Mineduc aprueba el traspaso de Norte Sur, doy por firmado que todo seguirá igual. Que todos los años aumentará el arancel. Que la independencia y el pluralismo seguirán siendo una mentira publicitaria. Que todavía se podrá postular al Crédito Aval del Estado. Que seguirán cobrando tan insistentemente como lo hacen ahora. Que la Central seguirá siendo tan privada como siempre. Aquí no está en juego la educación, está en juego un negocio como tantos otros.

Sin embargo, algunos están dispuesto a "luchar" por recuperar una universidad que jamás ha sido nuestra. Otros, por la independencia y el pluralismo de una empresa que habla de valores -que lejos está de poner en práctica- para vender un producto a sus alumnos (consumidores). Es una lástima que existan personas que tengan la necesidad de comprarlos. Los que afirman que si se concreta el traspaso el cartón perderá valor, están equivocados. Pues lo único que tiene valor somos nosotros, y la calidad de nuestro trabajo es lo que transforma nuestro título en un peso digno de llevar o en una carga imposible de aguantar. En fin, hay de todo, desde pendejos alucinados y huevones viejotes que en un acto desesperado por otorgarle un mínimo de sentido a sus vidas quieren parecer revolucionarios que están haciendo algo por su país. Hasta los que se unen a una causa, no por convicción propia, sino porque el de al lado lo hizo o, en otras palabras, los que se dejan llevar por las masas como si fueran arrastrados por una corriente de caca.

A veces es bueno reformularnos los cuestionamientos. No nos preguntemos por qué estamos luchando, porque podemos invocar a miles de repuestas facilistas. Mejor preguntémonos para qué estamos luchando. Así nos damos cuenta que el campo de respuesta se reduce considerablemente y que se requiere un poco más de reflexión para empezar a actuar. El problema es que la mayoría no soporta la espera, ese hueco en suspenso del todavía no que nos hace tomar conciencia de la inutilidad de (algunas) batallas. Mejor me siento a oscuras en mi pieza, en silencio, y experimento el sentimieto amargo del absurdo. Tiene que llegar el día en que nos demos cuenta que la educación ya no la encontramos en las instituciones ni en las universidades, sino en nosotros mismos y nuestras ganas de aprender.

jueves, 7 de abril de 2011

En un día como el mío

Nunca antes había tenido tanto tiempo libre para aprovecharlo como ahora. Soy un ocioso que vive del ocio y no me averguenza confesarlo. Yo no hablo del ocio que se malentiende como la persona que no hace nada y ocupa su tiempo en derrocharlo. Me refiero al ocio como todo aquello que se hace por gusto y no por obligación. Hacer lo que queremos y cuando queremos, creo que es una de las satisfacciones más grandes que pueden existir en la vida. Momentos con características similares, en los que no existan restricciones que limiten nuestro goce con el trabajo y las obligaciones diarias,  se reducen a uno o dos meses de vacaciones en los que el tiempo se transforma en nuestro peor enemigo. Pero en un día como el mío, en el que mis máximas preocupaciones son la caca de los perros y las moscas que entran a la casa, disfruto de las cosas pequeñas, de la lectura, la escritura, el cine, la música, el silencio, el tiempo, la soledad. Estos días me han servido para detenerme en ellas con exclusiva atención.

Todo lo demás, como digo, es ocio. Las horas del día están a mí disposición. El tiempo deja de ser un montón de segundos sucesivos y correlativos que se entienden entre sí, sino que parecen diluirse hasta desaparecer. Estos días me han servido para entender que el tiempo y la prisa no son lo mismo. Porque en un día como el mío, cuando no hay nada que esperar, cuando no hay nada de qué apurarse y no queda más que aguardar atento la caída del atardecer y ver el cielo oscurecer, el tiempo deja de tener sentido. Y sin embargo, justamente porque me es imposible entender el tiempo, hay días en los que permanezco atento al paso de las horas, y a duras penas comprendo que el tiempo es subjetivo. Que dos horas sentado viendo una película, leyendo un libro, o escribiendo, no son las mismas dos horas de un trabajador en sus horas de colación, o de un grupo de jóvenes tomando en un bar, o de un pareja de ancianos tomando un cafe. Un día puede durar muy poco y, a veces, una eternidad. Así es el tiempo en un día como el mío.

Me preparo una leche helada con un poco de café, me como un dobladita calentita con mantequilla derretida, me siento en mi escritorio y me pongo a pensar: Suena el tic-tac del reloj y escucho atento cómo marca el ritmo del silencio. Tic- tac, tic- tac. Mis cachorros se pelean por un calcetín de mi hermano que tironean en todas direcciones. Tic- tac, tic- tac. Se oyen a metros de distancia, las voces de los vecinos como murmulllos incomprensibles y el reloj no deja de sonar, Tic, tac, tic, tac. El cantar de los pájaros, el abrir y cerrar de los portones, el ir y venir de los autos, la sirena de una ambulancia, el ladrido de los perros callejeros y todos esos sonidos, entrecalados con el tic-tac del reloj, se disponen, como por arte de magia, de tal manera que forman parte de un silencio perfecto que le sigue el pulso a la vida. El tiempo no se detiene pero, al menos, el silencio se mantiene. Y yo sigo disfrutando de las pequeñeces que he descubierto en estos días que son míos.

Exploré en las entrañas de mi inconsciente. Vi la saga completa de El Padrino. Hablé sólo y en voz alta sin que nadie me escuchara. Pasé dos noches sin dormir. Tomé hierba de Melissa. Tuve sueños rebeladores. Escuché Nano Stern, Chinoy y Manuel García. Escribí algunos cuentos que terminaron en la basura. Vi dos películas que no puedo sacar de mi cabeza. Sentí la calidez de los primeros rayos del sol por la mañana. Sentí el frío de los días de otoño. Escuché atento el zumbido de las moscas gigantes. Leí algunos clásicos que no quería dejar pasar y que no me defraudaron. Escribí relatos como estos, que no me convencieron. Hice todo eso y mucho más, y no tengo más pretensiones que continuar haciendo lo mismo, construyendo mi vida en base a la belleza de las cosas pequeñas. Me encanta esa idea que sólo fui capáz de descubrir hace tan poco. Porque, es verdad, uno anda siempre apurado, el tiempo se pasa volando y no siempre tenemos la suerte de detenerlo para ocuparlo en nosotros, y si en cambio lo dedicamos en perseguir el éxito, la gloria, la fama, el dinero, la falsa victoria de la vida, nos podemos llevar la vida en eso.