viernes, 28 de agosto de 2009

Devotos del calor en Santiago centro

¡Esto es un vicio! me aseguró “el Pelao”– cuando le pregunté por qué venía tan seguido a los baños turcos–. Pero un vicio sano, compadre –terminó diciendo. Es que desde hace 23 años es cliente del mismo sauna y no ha dejado una semana sin visitar el lugar. Un hombre que, sin duda, disfruta del calor. Y no es para menos, si se pasea de sala en sala, desde los 45 hasta los 70 grados de calor. Perfecto para limpiar y estimular el cuerpo –me aseguró– es que no existe mejor terapia que ésta.

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Baños Turcos Miraflores & SPA”, es el baño de ‘salud y belleza’ más decente que logré ubicar. Por lo menos, las fotos de la Web, en su página oficial, me convencieron de eso. Esto es de otro nivel, me dije, cuando vi las primeras fotos: una entrada reluciente como de esos ‘resort’ del barrio alto; baldosas impecables; máquinas de última generación. Comparadas con las imágenes de otros SPA, esto era la ‘créme de la créme’.

Lo primero que intenté fue capturar la misma imagen que ese increíble fotógrafo hizo de una simple entrada una lujosa bienvenida; pero fue inútil. No me sorprendió cuando comprobé que una buena cámara fotográfica puede hacer maravillas.


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Al principio, y a primera vista, no fue agradable encontrarme con hombres paseándose en pelota, con el racimo colgando; ni chapotear por el piso mojado, mezcla de humedad y transpiración; menos sentarme donde todos –con o sin toalla– apoyan su trasero o su verga; tampoco aguantar el calor sofocante, que sólo gracias al aroma del eucalipto hacía más grato el ambiente. Así y todo, debo aceptarlo, poco a poco, me dejé estar, me eché al bolsillo los temores y comencé a tomarle el gusto al calor que invadía mi cuerpo.

Descubrí, de paso, que “salud y belleza” no era el mejor slogan para referirse con lo que me encontré dentro. Para qué, me pregunto yo, si quedaría mucho mejor así: “Baños Miraflores, años y kilos de más en un solo lugar”. Si se paseaban como Pedro por su casa, con sus barrigas hasta el suelo, en su más íntima faceta. Así se conocían todos, sin pudores ni temores, como ‘Dios los trajo al mundo’.

Gordos, flacos o terciarios de edad. Da igual. Más de uno, si es que no eran la mayoría, cliente frecuente; uno que otro – tres de cada cinco, dijo uno de los clientes, entre los que estaban allí –, debía ser gay; la duda invadía sin quererlo.

Las ‘tallas’ iban y venían dentro del sauna. Fue allí uno de los pocos momentos en que se armó una suerte de conversación. Ellos ya se conocían, se molestaban, si era en serio o no, no lo sabía, pero salía más de una de esas bromas en doble sentido; sin duda, eran los conocidos de siempre. Luego de unirme a las risas, el calor fue más fuerte de lo que pude aguantar y tuve que salir de ahí lo antes posible. Transpirado, totalmente sudado. De ahí, el giro fue radical.sauna 3

¡Qué mejor lugar para soltar tensiones! Sudaba y sudaba, y quería sudar más, sentir la gota gorda correr rápidamente por mi rostro. ¡Necesito más calor! Y me dirigí a la sala más calurosa y allí me quedé. Salí, abrí la ducha, dejé caer el agua fría sobre mi cuerpo. Volví al vapor, ahora a una sala de madera de alta temperatura, con el carbón acompañándome, al rojo vivo. Otra vez salí, directo a la sala evaporada. Luego, a la sala del eucaliptus. Ahora a la sala sofocante, donde costaba respirar. Y así... hasta que colapsé.

Cuando reaccioné, vi un anciano de aspecto venerable que en las duchas se refregaba sus partes íntimas con tanta dedicación y furia que no pude aguantar las ganas de reírme; se dio media vuelta, y el octogenario, con la misma perseverancia, aplicó esponja y jabón, esta vez, en su trasero. Notable, ¿no? Se sentía un hombre realizado. Pero ojo, un dato, transpirar no significa adelgazar, significa deshidratarse, que es bien distinto. Por eso se vende desde la cerveza con limón hasta el Gatorade para deportistas.

¡Qué naturalidad! ¡Qué dedicación! Me costó creer que existiera en este país un lugar donde la intimidad y el pudor quedaban tan fuera de lugar. Y es que existen otros mundos dentro de un mismo país, el problema es no encontrarlos, o siendo más sinceros, el problema es no buscarlos. Pero están allí, frente a nuestros ojos.