domingo, 5 de diciembre de 2010

El Chacal de San José

Es imposible entender estas fotografías sin contar la historia que hay detrás. Todo momento tiene un trasfondo, aunque, a veces, no vale la pena empezar a buscarle el sentido cuando es evidente, cuando es explícito. Saramago lo dijo una vez, si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, significa que no estamos entendiendo nada. Pero basta de digresiones.

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El lugar que aparece en la fotografía, como todos los lugares, tiene su historia. Le llaman la choza del Chacal de San José. No se trata, hasta donde sé, del Chacal de Nahueltoro ni nada parecido, sino de mi tío, que decidió dejar las calles, los edificios, la población numerosa de la capital, el frenesí típico de una ciudad insertada en el mundo globalizado y, si cabe el término, víctima de las exigencias de los tiempos modernos, para internarse entre los cerros y los ríos de un pueblo rural donde alcanzan a llegar sólo los vestigios del mundo agitado, y donde el tiempo se diluye por completo, y de pronto, se detiene, y luego avanza, pero más lento. Y ahí se queda.

Cualquier mortal que vive de los placeres terrenales de esta realidad materialista, o que vive para morir, no lograría entender esta historia, porque se trata de un hombre, mi tío, dueño de esa humilde morada que aparece en la fotografía más arriba, que dejó de lado el deleite de los bienes comunes y fue en busca de otros, más espirituales, más idealistas, si se quiere, y lo consiguió. Para algunos eso sería inconcebible, una locura, un despropósito. Para otros, el camino que todo ser debiera seguir para encontrarse consigo mismo.

Le hago un flaco favor a mi tío si comparo su vida con la del Buda33, porque lejos están de parecerse, pero, si en algo coinciden sus caminos, es en que ambos renunciaron a algunos de los placeres del mundo. Buda se convirtió en un asceta; mi tío, en una especie de ermitaño a medias. Dejó las comodidades de las que alguna vez disfrutó: su casa, su auto, su moto, su trabajo, en fin, y subió a los cerros sin nada más que él y su consciencia.

4 comentarios:

Gabriela dijo...

Me recuerda a mi bisabuelo Kanito, vivía en un cerro en San jose de Maipo, y yo muy niña jugaba en su sequia y en los cerros, que ganas de vovlver a esos tiempos.
Yo no podria vivir tranquila sin la paz del campo. Saludos y gracias por tu escrito.

Lucía Nazábal dijo...

Supongo que podríamos prescindir de muchas cosas... hay cosas que no se compran..las que ofrece la naturaleza. Un besito

Anónimo dijo...

Esteban, gracias por tu comentario en mi blog, me ha encantado la historia de tu tío... buscando mas profundidad espiritual, que regularmente no la entendemos, ha sido un gran placer leerte, me veras por aquí seguido.

s t b n ! dijo...

Gracias por los comentarios. A propósito, una vez leí una frase que no recuerdo dónde la vi, que decía: "Huir es siempre una tentación".
¡Saludos!