jueves, 9 de diciembre de 2010

Las tijeretas conquistarán el mundo

Desde hace los últimos cuatro años ocurre lo mismo y en la misma época, casi siempre a comienzos de verano. Esta vez no fue la excepción. Se esconden durante el día en grietas, hendiduras, en los rincones más ocultos y aparecen en la noche, tras dejar las madrigueras subterráneas donde habitan. Partieron por mi casa, ya se tomaron mi cocina y terminarán luego por mi pieza. Las tijeretas aparecieron otra vez. Y ahora piensan conquistar el mundo. Menos mal no comen libros.

imageCuando entro a la cocina, pasada la media noche, las veo pasearse como Pedro por su casa, con sus pinzas robustas y su cuerpo castaño oscuro y aplanado. Caminan con movimientos rápidos, por el suelo, por el lavaplatos, por encima de la mesa, por detrás del refrigerador, por entremedio de los cajones, no hay lugar por donde les sea imposible pasar. En el peor de los casos las encuentro escabullidas entre medio del pan. El otro día, por ejemplo, destapé el azucarero y allí me encontré con una. No sé cómo fue a parar allí.

Confieso que no soy amante de los insectos. La mayoría me provoca rechazo, incluso temor. Cada vez que entro a la cocina, prendo la luz y las veo allí muy campantes, me recorre un escalofrío que parte por la punta de los pies, que me sube por la cabeza y me estremece por completo. No es miedo, o puede que sí. Más que nada es una combinación entre asco y repugnancia, y no puedo evitarlo.

Ayer por la noche colapsé. Estaba en la cocina y las vi por todos lados. Unas que se asomaban por debajo de los muebles y otras que se comían una barata gigante. Las que permanecían quietas me desesperaban, porque no sabía si estaban muertas o dormidas. Experimenté esa sensación desagradable. Las tijeretas, por su forma, su color, su aspecto, no me ayudaron tampoco a ser más considerado. Pero no, yo tuve la culpa. Me convertí, de un momento a otro, en un asesino: las mate a todas, una por una.

imageCuando llegué a la última víctima, envuelto en una mezcla de desesperación, angustia y nervios entrecruzados que provocaban cortocircuitos en mi mente, tomé un cuchillo y la partí por la mitad y luego le corté la cabeza. Como todo buen criminal que sabe lo que hace, lavé la evidencia -el cuchillo-, lo enjugué y lo guardé en el cajón de los servicios. Me fui hasta mi pieza y me acosté, mientras la tijereta continuaba, a pesar de todo, retorciéndose de dolor. Mi mente, enfrascada ya en el cuarto sueño, comenzó a divagar con imágenes que poco a poco perdían sentido.

Me acordé vagamente, ya somnoliento, que mis padres llamaron al control de plagas para combatir la abundancia de insectos que cada año invaden mi casa, aunque disculpen la vacilación, quizá seamos nosotros los invasores. Mi hogar está ubicado justo al lado de un peladero, y allí es donde normalmente estos escarabajos conviven a sus anchas. En fin, será una especie de masacre colectiva, quizás la más grande de todos los tiempos en la historia de las tijeretas, y quedará registrada así en los anales de la prensa tijeretiana.

Caí a los pies de Morfeo y me convertí en testigo vivencial de la tragedia: Más de tres mil insectos perecieron bajo los efectos del gas demoledor. Las tijeretas sobrevivientes comenzaron a organizarse, y esperaron el día de la venganza. Como en las historias de ciencia ficción que relatan Philip K. Dick o Clifford Simak, las tijeretas, por alguna razón inexplicable, aumentaron enormemente su tamaño y superaron con creces el de cualquier ser humano de estatura media. Querían conquistar el mundo, y yo fui la primera víctima.

imageComo protagonista de una de las peores.pesadillas concebidas, aparecieron en mi pieza. Les expliqué, cobardemente, que no hice nada, que no fui yo quien las mató, que fueron mis padres quienes llamaron a los fumigadores. Que yo, si bien les hice daño, no tuve nunca malas intenciones. Pero no tenían piedad conmigo, como yo no la tuve con ellas. Me llevaron hasta la tijereta Reina, ubicada en lo más profundo de sus madrigueras subterráneas, que inexplicablemente también aumentaron de tamaño, y yo continuaba suplicándoles que no me hicieran daño. Frente a la madre de todas, custodiada de soldados y ante la mirada de miles de tijeretas, me cortaron por la mitad y luego partieron mi cabeza, la cual fue servida como bocado para alimentar a la tijereta Reina. Así se hizo justicia. Y fue el principio del fin del mundo. De pronto, desperté, agitado, y yo y mis libros, menos mal, permanecían intactos.
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Los créditos por la última fotografía a:
http://necrowall.blogspot.com/2008_09_01_archive.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que pesadilla la tuya, y es que los insectos si son feos a mi me dan ufff no se que horrible, más las arañas, pero mira que tu sueño si fue una película de terror!!!
Fantástico el relato de tu sueño jajaja genial

s t b n ! dijo...

Gracias Patty. Así son las pesadillas, menos mal que sólo son eso... pesadillas.