Todo el mundo está diciendo lo mismo: que este fue un año de mierda. Aparece en la prensa, en grupos de Facebook, en Twitter, en Internet, se escucha en los comentarios de pasillo, en las conversaciones en el metro, en la micro, en el taxi, en el círculo de amigos, en fin, la mayoría coincide en que este año fue una verdadera mierda. Para mí, no.
El terremoto del 27 de febrero; la tragedia de los 33 mineros de Atacama ; el accidente de Tur Bus en la Autopista del Sol; el incendio en la cárcel de San Miguel; hasta, incluso, el fin de la serie Los Venegas. Puras desgracias este 2010. Algunos culpan a Piñera, otros dicen que se trata sólo de una coincidencia, pero vaya uno a saber quién es el responsable de tanta tragedia seguida.
Yo creo que todo esto forma parte de un fenómeno mediático importante. Casi todas los hechos nombrados fueron víctimas del acoso constante de la prensa: los estrujaron y les sacaron el jugo. Para los medios, por ejemplo, éste no fue un año de mierda. Ellos sacan balances positivos. Se atragantaron con tanta plata que les dejó el terremoto del pasado 27 de febrero. Los políticos le dieron como tarro al discurso populista, se mostraron ante la comunidad y sumaron votos. Los dueños de las inmobiliarias y constructoras empezaron con las ofertas baratas y harto que vendieron. Para todos ellos, este año no fue una mierda.
Con la tragedia de los mineros pasó más o menos lo mismo. Las víctimas se transformaron en estrellas de cine. Los medios nacionales e internacionales estaban fascinados relatando cada detalle de la historia de los 33 de Atacama que quedaron atrapados a 700 metros de profundidad por culpa de las pésimas condiciones laborales en las que trabajaban. Para ellos tampoco fue un año de mierda, a pesar de todo.
A lo que quiero llegar es a lo siguiente: primero, lo que aparece en la tele es una cosa y lo que pasa en la realidad es otra. Hubo terremoto, mineros atrapados, pasajeros fallecidos, achicharrados en la cárcel, etcétera, etcétera, pero todos estos afectados son sólo una milésima parte de los cerca de 15 millones de habitantes de nuestro país. Calificar este año como una mierda sólo por ver unos cuántos hechos particulares que coincidieron en un tiempo determinado, es un despropósito.
Y segundo –y con esto no digo nada nuevo– todos los años ocurren tragedias, a toda hora, a cada minuto, en este preciso momento en el que se leen estas palabras puede estar ocurriendo algo terrible que si no merece aparecer en pantalla, según el criterio de un editor sensacionalista, quedará sólo en la conciencia de quienes lo vivieron y de nadie más. Los que por diversas circunstancias sí se vieron afectados este año y lo pasaron realmente mal, considerarán que fue una mierda y que no sería extraño que el siguiente también lo fuera, independiente de lo que aparezca en la tele.
Pero este año también hubo cabida para las buenas noticias, aunque no hayan sido celebradas por miles de espectadores: el nacimiento de un niño, el cesante que encontró pega, el trabajador que lo ascendieron, el enfermo que encontró la cura, la reconciliación de los orgullosos, la felicidad de los desdichados, el éxito de un proyecto que costó esfuerzo y trabajo y muchas felicidades más que, insisto, no fueron contadas. Por eso no hay que olvidarse de las buenas noticias ¡Feliz año nuevo!