¿Dios existe? Esa es la pregunta que los estudiosos, expertos, y otros no tanto, se repiten una y otra vez. Desde los que aseguran su existencia, pasando por los que titubean al responder tan incómoda consulta, hasta los que, simplemente, no creen en su existencia.
Está claro que aquí no encontrará la respuesta, pues el tema da para mucho. Pero si es por dar mi opinión, yo soy del último grupo, el de los no creyentes.
Nací sin el don de la fe y comprendí entonces que soy un hombre racional. En otras palabras, soy ateo –un concepto que la mayoría considera de mal gusto–, no creo en Dios.
Me aferro a los valores que yo he elegido para mi propio destino. Éstos hacen de mi existencia algo sensato y sobre ello establezco las relaciones con el prójimo, pues considero que todo se juega aquí, en nuestra existencia. Por tanto, son importantes los valores que se eligen en esta vida y, sobretodo, la coherencia entre estos valores y la propia conducta.
Mi vida tiene sentido cuando salgo adelante con mis convicciones y mis anhelos, cuando comparto con la gente que siempre está a mi lado. En ellos tengo fe, porque las veo, las siento, las oigo, y me escuchan de verdad. Así doy sentido a cada uno de mis días.
“Si por fe se entiende una creencia religiosa yo digo que sí, se puede vivir sin fe. La fe no es necesaria para darle sentido a la vida. Si se entiende por cualquier profunda pasión existencial por algunos valores, no, no se puede vivir sin fe”.
Fuente: -“¿Dios Existe?” de Joseph Ratzinger y Paolo Flores d’Arcais
- “Mis convicciones”, de Esteban Acuña
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