martes, 27 de julio de 2010

Robaron la tranquilidad de mi hogar, y eso cuesta caro

Hogar, dulce hogar, dice una frase famosa que hace referencia a aquel espacio en el cual habitamos y que nos brinda calma y seguridad. Mi casa perdió esas cualidades, el día en que entraron a robar.

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El reloj marcaba las ocho de la noche. Mi madre entró a la casa por la puerta principal. Yo iba detrás de ella. La cocina, el living y el comedor estaban intactos, tal como lo dejamos cuando salimos por la mañana. Nada parecía indicar lo que veríamos entonces.

Mi mamá subió las escaleras. Pasaron unos segundos y escuché sus gritos que reclamaban por el desorden de mi pieza y por las luces que, según ella, dejé encendidas, aunque yo estaba seguro de haberlas apagado antes de salir. Exclamó nuevamente, pero esta vez iba en serio.image

Subí al segundo piso hasta la habitación de mis padres. Lo que vi me hizo recordar de inmediato el desastre que dejó el terremoto del pasado 27 de febrero. Muebles abiertos y desvalijados. Lo que no se llevaron quedó esparcido por el suelo y la cama, todo completamente desordenado.

Si en ese momento creía que se trataba de una broma, o si inventaba cualquier excusa en mi mente para no creer lo que estaba viendo, mi peor temor se ratificó en ese instante cuando descubrí que la ventana del baño estaba rota y me convencí: Entraron a robar a mi casa por primera vez en los cerca de 20 años que vivo acá.image

El valor del notebook, la cámara digital, los relojes de mis padres, y las joyas que se robaron, son sólo un detalle dentro de esta historia. El o los sujetos que entraron a mi casa arrebataron mucho más que unos cuántos objetos, nos despojaron, en cambio, de lo más preciado que puede existir en un hogar: la tranquilidad y la seguridad que nosotros creíamos que nos brindaba nuestra casa. Y eso vale más que cualquier otra cosa.

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