jueves, 7 de abril de 2011

En un día como el mío

Nunca antes había tenido tanto tiempo libre para aprovecharlo como ahora. Soy un ocioso que vive del ocio y no me averguenza confesarlo. Yo no hablo del ocio que se malentiende como la persona que no hace nada y ocupa su tiempo en derrocharlo. Me refiero al ocio como todo aquello que se hace por gusto y no por obligación. Hacer lo que queremos y cuando queremos, creo que es una de las satisfacciones más grandes que pueden existir en la vida. Momentos con características similares, en los que no existan restricciones que limiten nuestro goce con el trabajo y las obligaciones diarias,  se reducen a uno o dos meses de vacaciones en los que el tiempo se transforma en nuestro peor enemigo. Pero en un día como el mío, en el que mis máximas preocupaciones son la caca de los perros y las moscas que entran a la casa, disfruto de las cosas pequeñas, de la lectura, la escritura, el cine, la música, el silencio, el tiempo, la soledad. Estos días me han servido para detenerme en ellas con exclusiva atención.

Todo lo demás, como digo, es ocio. Las horas del día están a mí disposición. El tiempo deja de ser un montón de segundos sucesivos y correlativos que se entienden entre sí, sino que parecen diluirse hasta desaparecer. Estos días me han servido para entender que el tiempo y la prisa no son lo mismo. Porque en un día como el mío, cuando no hay nada que esperar, cuando no hay nada de qué apurarse y no queda más que aguardar atento la caída del atardecer y ver el cielo oscurecer, el tiempo deja de tener sentido. Y sin embargo, justamente porque me es imposible entender el tiempo, hay días en los que permanezco atento al paso de las horas, y a duras penas comprendo que el tiempo es subjetivo. Que dos horas sentado viendo una película, leyendo un libro, o escribiendo, no son las mismas dos horas de un trabajador en sus horas de colación, o de un grupo de jóvenes tomando en un bar, o de un pareja de ancianos tomando un cafe. Un día puede durar muy poco y, a veces, una eternidad. Así es el tiempo en un día como el mío.

Me preparo una leche helada con un poco de café, me como un dobladita calentita con mantequilla derretida, me siento en mi escritorio y me pongo a pensar: Suena el tic-tac del reloj y escucho atento cómo marca el ritmo del silencio. Tic- tac, tic- tac. Mis cachorros se pelean por un calcetín de mi hermano que tironean en todas direcciones. Tic- tac, tic- tac. Se oyen a metros de distancia, las voces de los vecinos como murmulllos incomprensibles y el reloj no deja de sonar, Tic, tac, tic, tac. El cantar de los pájaros, el abrir y cerrar de los portones, el ir y venir de los autos, la sirena de una ambulancia, el ladrido de los perros callejeros y todos esos sonidos, entrecalados con el tic-tac del reloj, se disponen, como por arte de magia, de tal manera que forman parte de un silencio perfecto que le sigue el pulso a la vida. El tiempo no se detiene pero, al menos, el silencio se mantiene. Y yo sigo disfrutando de las pequeñeces que he descubierto en estos días que son míos.

Exploré en las entrañas de mi inconsciente. Vi la saga completa de El Padrino. Hablé sólo y en voz alta sin que nadie me escuchara. Pasé dos noches sin dormir. Tomé hierba de Melissa. Tuve sueños rebeladores. Escuché Nano Stern, Chinoy y Manuel García. Escribí algunos cuentos que terminaron en la basura. Vi dos películas que no puedo sacar de mi cabeza. Sentí la calidez de los primeros rayos del sol por la mañana. Sentí el frío de los días de otoño. Escuché atento el zumbido de las moscas gigantes. Leí algunos clásicos que no quería dejar pasar y que no me defraudaron. Escribí relatos como estos, que no me convencieron. Hice todo eso y mucho más, y no tengo más pretensiones que continuar haciendo lo mismo, construyendo mi vida en base a la belleza de las cosas pequeñas. Me encanta esa idea que sólo fui capáz de descubrir hace tan poco. Porque, es verdad, uno anda siempre apurado, el tiempo se pasa volando y no siempre tenemos la suerte de detenerlo para ocuparlo en nosotros, y si en cambio lo dedicamos en perseguir el éxito, la gloria, la fama, el dinero, la falsa victoria de la vida, nos podemos llevar la vida en eso.

2 comentarios:

Catalina Riquelme Küpfer dijo...

me ha gustado mucho tu blog :) por casualidades de la vida me lo he topado! saludos

s t b n ! dijo...

¡gracias por el comentario!