jueves, 14 de abril de 2011

El absurdo de algunas batallas

Mi vieja trabaja hace 11 años en Conavicoop, unacooperativa "sin fines de lucro" que entrega subsidios habitacionales. Me dijo, con conocimiento de causa, que los empleados ganan una miseria en comparación con el jugoso sueldo que obtienen sus gerentes. El junior de su oficina recibe a fin de mes 300 lucas; y los que están por encima de él, hasta siete palos. Es decir, en una empresa que no existe ánimo de lucro, el dinero se reparte proporcionalmente al criterio de unos directivos que quieren poseerlo todo, y sus excedentes, según su naturaleza, se reinivierten en obras sociales que curiosamente no se ven por ningún lado.

Yo estudio, hace cuatro años, periodismo en la Universidad Central. La Central es una institución privada y por reglamentación "sin fines de lucro", igual que todas las universidad privadas de Chile. Está compuesta por seis miembros que forman una Junta Directiva electa, supuestamente, de manera democrática. Sus directivos son peces gordos que visten caro, que manejan mucho dinero, que tienen influencias por doquier y redes políticas para ejercer su voluntad de acuerdo a sus intereses en común.

Ocurre igual que en todas las universidades privadas. Por ejemplo, en la que voy yo, el presidente, Eduardo Livacic, es de la Democracia Cristiana, y los demás -era que no- tienen marcadas influencias políticas pero por sobre todo -y esto es lo peor- una ideología económica en la que convienen todos. Ĺa próxima directiva -si es que se renueva, como exigen los estudiantes- no será la excepción a la regla. Ellos son, entonces, los que manejan una universidad con más de 25 años de historia y que en su slogan luce como bandera de lucha el pluralismo, la independencia y la innovación.

Hace un par de meses se viene tramando la venta del 50 por ciento de la Universidad a la Sociedad de Inversores Norte Sur. Se dicen muchas cosas al respecto, algunas ciertas, pero otras tan falsas que dan ganas de cagarse de la risa o de ponerse a llorar. Cuando dicen que la Central "es la privada más pública de nuestro país", me pasa eso. O cuando dicen, por ejemplo, que si se vende la Central ya no se podrá optar al Crédito Aval del Estado. O cuando reclaman con escándalo que subirán los aranceles, cuando éstos suben todos los años. Voy en cuatro año de carrera y mis viejos han tenido que pagar casi el doble de lo que pagaron en el primero.

Ahora sólo falta que el Mineduc, en un plazo de un mes, ratifique los estautos para concretar la venta; si no lo hace, los únicos perjudicados serán los peces gordos. En cambio, si el Mineduc aprueba el traspaso de Norte Sur, doy por firmado que todo seguirá igual. Que todos los años aumentará el arancel. Que la independencia y el pluralismo seguirán siendo una mentira publicitaria. Que todavía se podrá postular al Crédito Aval del Estado. Que seguirán cobrando tan insistentemente como lo hacen ahora. Que la Central seguirá siendo tan privada como siempre. Aquí no está en juego la educación, está en juego un negocio como tantos otros.

Sin embargo, algunos están dispuesto a "luchar" por recuperar una universidad que jamás ha sido nuestra. Otros, por la independencia y el pluralismo de una empresa que habla de valores -que lejos está de poner en práctica- para vender un producto a sus alumnos (consumidores). Es una lástima que existan personas que tengan la necesidad de comprarlos. Los que afirman que si se concreta el traspaso el cartón perderá valor, están equivocados. Pues lo único que tiene valor somos nosotros, y la calidad de nuestro trabajo es lo que transforma nuestro título en un peso digno de llevar o en una carga imposible de aguantar. En fin, hay de todo, desde pendejos alucinados y huevones viejotes que en un acto desesperado por otorgarle un mínimo de sentido a sus vidas quieren parecer revolucionarios que están haciendo algo por su país. Hasta los que se unen a una causa, no por convicción propia, sino porque el de al lado lo hizo o, en otras palabras, los que se dejan llevar por las masas como si fueran arrastrados por una corriente de caca.

A veces es bueno reformularnos los cuestionamientos. No nos preguntemos por qué estamos luchando, porque podemos invocar a miles de repuestas facilistas. Mejor preguntémonos para qué estamos luchando. Así nos damos cuenta que el campo de respuesta se reduce considerablemente y que se requiere un poco más de reflexión para empezar a actuar. El problema es que la mayoría no soporta la espera, ese hueco en suspenso del todavía no que nos hace tomar conciencia de la inutilidad de (algunas) batallas. Mejor me siento a oscuras en mi pieza, en silencio, y experimento el sentimieto amargo del absurdo. Tiene que llegar el día en que nos demos cuenta que la educación ya no la encontramos en las instituciones ni en las universidades, sino en nosotros mismos y nuestras ganas de aprender.

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