domingo, 21 de noviembre de 2010

Cosas que pasan, lecciones a medias

Me acordé de la frase de un libro que se llama “Historias con excesos”, de Luis Jai. Dice así: “Uno sólo sabe que fue suficiente cuando ya fue demasiado”. Esas palabras se quedaron en mi mente como cuando uno encuentra de pronto la verdad de un misterio que creía indescifrable, y nunca más la olvida. Yo he cometido muchos errores y varias veces. No me ha bastado con una, ni con la tercera, que es la vencida. He tocado fondo y recién ahí he dicho “ya fue demasiado”, pero nada más. El siguiente relato tiene un poco de eso.

unosolosabeHace ya cerca de un año, escribía con histeria un reportaje periodístico acerca de no sé qué. Se trataba de un examen que debía presentar al día siguiente. Trabajé hasta altas horas de la noche y, antes de echarme en la cama y conciliar el sueño que me estaba acechando hace rato, programé el despertador tres horas después. Cuando abrí lo ojos y vi un rayo de luz que atravesaba la persiana de mi pieza, típico de esos que aparecen al mediodía en época estival y que te indican que son cerca de las 12, me levanté desesperado de la cama. Debía haber estado en la U las 10 de la mañana.

No vale la pena mencionar en detalle lo que pasó. Lo peor de todo es que no me fue suficiente con una vez, y me tuvo que ocurrir de nuevo. Sé que suena exagerado, pero no tanto como para alcanzar ribetes de ficción. Esto fue de verdad. Y son cosas que pasan, no sé si a todos, pero a varios.

imageLa primera que pasé de largo fue para la cátedra de Historia, y me reprobaron. Repetí la “hazaña” con Redacción, y tampoco tuve suerte. Pero lejos de ponerme a llorar o lamentarme como idiota, lo vi desde un principio por el lado positivo. Maté dos pájaros de un tiro: Tuve un semestre más por cada ramo, y sin pagar de más. Prácticamente no me retrasé ningún año, y aprendí la lección, creo.

Ahora programo la alarma de mi celular y lo escondo debajo de mi cama. Aguanto el sonido lo que más puedo, hasta que desespero. Si quiero apagar el despertador me levanto de la cama, me recuesto en el suelo, estiro la mano y hurgueteo por debajo hasta encontrarlo, lo que me toma, fácil, unos dos minutos. Con todo eso ya estoy despierto. El otra día hice lo mismo, me tomó tres minutos, pero apagué el celular y seguí durmiendo.

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