lunes, 30 de agosto de 2010
Jonás Schneider: Los dobleces de una vida que baila en la UTI del Barros Luco (Parte III)
sábado, 28 de agosto de 2010
Jonás Schneider: Los dobleces de una vida que baila en la UTI del Barros Luco (Parte II)
miércoles, 11 de agosto de 2010
Jonás Schneider: Los dobleces de una vida que baila en la UTI del Barros Luco (Parte I)
Es un día nublado, que amenaza con lluvia. El portero, tapado con una bufanda, les indica con su dedo a unos desconocidos el largo camino que los separa de la Unidad de Tratamientos Intensivo del Hospital Barros Luco. Allí, en el aislamiento número dos, conectado a ventilación mecánica y luchando por seguir con vida, se encuentra internado el doble oficial de Chayanne en Chile, Jonás Schneider Flores.
martes, 10 de agosto de 2010
Un brindis para el mañana
Me gusta el vino. Y cuando sea grande compraré vinos caros que guardaré en una bodega. Y dejaré los demás vinos en un bar de madera, que un día tendré. Como el que mi padres me enseñaron cuando era niño. Un bar de madera, un bar olvidado.
Sí. También me gusta la cerveza. Y compraré cervezas caras que guardaré en una nevera. Una nevera gigante para que quepan todas. Como la que nunca tuve y que un día tendré.
El vino para las tardes de invierno, en el primer almuerzo. El vino para que acompañe las noches de frío. El vino para largas vigilias, conversadas, en medio de las risas, la fiesta y la noche.
La cerveza para el día, o la tarde, pero después de almuerzo. La cerveza bajo un sol de verano. Las cervezas con los amigos. Con los amigos y la familia, en medio de las risas y la fiesta, y un asado, por su puesto.
El vino y la cerveza, alimentan la alegría. El vino y la cerveza, jamás estarán sobre la mesa, cuando exista tristeza. Porque el vino y la cerveza no son consuelo ni moraleja.
jueves, 5 de agosto de 2010
Una jornada tortuosa en medio de la noche
Son las tres de la mañana y, como cada noche, pienso. Pienso acostado, en mi cama, a oscuras. Antes de entrar al primer sueño y romper el hilo del discurso y hablar de cosas que no tienen conexión con lo que estoy tratando y que seguramente no entenderían, aprovecho de hablar con mi conciencia, mi más íntimo consuelo.
Recuerdo una frase que dice: “Los héroes solitarios se enfrentan al mundo sin más sustento que sus propios miedos y dudas”. Yo tengo los míos, y se manifiestan sin quererlo. Que si soy feliz, que si mi trabajo me hace feliz, que si es esto es lo que quiero, que si quiero hacer siempre lo mismo. Sí y no, podría responder a cada interrogante.
El otro día visité al fonoaudiólogo y tras finalizar la primera prueba de voz, me diagnóstico, al margen de todo análisis médico, que sufría de ansiedad.
Sí, soy ansioso, le dije a ella, y mi peor miedo es el tiempo, aunque comparto con él como un mal necesario. A veces lo entiendo; otras no. Mientras hay quienes miran amnésicos el futuro y luchan porque las perillas del reloj avancen lo más rápido posible, yo me enfrento al tiempo para exigirle que lo haga más lento, que ya es suficiente con mi propio apuro.
Pienso, en medio de la noche, todo lo que me dijeron durante el día. Que soy un maniático, un hiperquinético, un estúpido, y también un inmaduro. Soy eso y mucho más, diría yo. Llevamos puestas diferentes máscaras que cambiamos de acuerdo a cada circunstancia.
Ahora, por ejemplo, llevo una de cordura, pero al borde del abismo. Una vez tuve otra, que mezcla la sensatez y la imprudencia. A veces llevo puesta la de un soñador utópico entrometido en un mundo ajeno en el que mandan las cifras y que los números exactos son incuestionables. Ahí prefiero llevar puesta la de un lobo estepario, o un ser huraño, casi misántropo.
Esta noche pienso que la vida está llena de elecciones, y que existen tanto caminos que recorrer como máscaras que utilizar y que más de alguna vez, si es que no han sido en todos, he optado por el trayecto más complicado y cargado la máscara más pesada.
Pienso, también, que la mayoría de las personas vive satisfecha de sí mismas, que no tiene más aspiraciones que vivir tranquilos ni más ambiciones que tener un buen pasar. Pienso que ellos nunca entenderán lo que me ocurre.
Como último favor, antes de caer a los pies de Morfeo, le pido en voz alta a mi subconsciente, que me ahogue con ideas para el mañana, o que me ilumine, como dirían los creyentes, con esa frase perfecta que, en la mayoría de los casos, nunca aparece.