viernes, 24 de abril de 2009

Feria Chilena del libro: Se mira pero no se compra

Preferí caminar. No quise arriesgarme a entrar al metro sólo para avanzar una estación. Me acomodé la mochila y caminé a paso rápido. De Moneda a Plaza de Armas, no es tan largo el recorrido, pero en mitad del camino mis pies sintieron la pereza. Disminuí la marcha. Quería pensar.

Necesitaba tiempo para imaginar con lo que me iba a encontrar. No todos los días visito una Feria del Libro, menos para una fecha tan especial como el 23 de abril: El Día Mundial del Libro. Me imaginé grandes globos colgados, gente abarrotada sobre una multiplicidad de stands ansiosas de conseguir un libro, autores que se disponían a firmar libros con entusiasmo, digno de una mañana soleada. Pero, lamentablemente, nada de eso había.

Una señora bigotuda se atravesó por mi camino, no era precisamente un siútico intelectual de esos que suelen encontrarse en las ferias de libros. No había miles de stands abarrotados de gente, sólo tres filas arrinconadas en una esquina de Plaza de Armas. Tampoco autores famosos, ni autógrafos ni nada de eso, sólo vendedores inexpertos que contestaban respuestas a medias a preguntas mediocres, jactándose de mayores conocimientos sin saber más que el precios de los libros.

A medida que pasaba la hora, tímidamente, llegaba más gente. Niños de cinco a ocho años, que acompañados de sus madres recorrían entusiasmados varios stands de literatura infantil.

También había muchos escolares. Grandes grupo entre diez y doce niños se paseaban tonteando con la risa impregnada en el rostro, como si estuvieran en el shopping. Quizá se confundieron o querían saber qué era precisamente un libro.

Los universitarios parecían ser otro cuento. Se paseaban dos o más veces por los mismos puestos, se quedaban mirando los libros, los manoseaban, por poco se los comían, como si nunca hubieran visto uno. Seguro creían que era una feria de exposición, pues preguntaban y preguntaban y no compraban nada.

La gente mayor, en su mayoría, acompañaba a los más pequeños y, en su minoría, eran profesores. No podían faltar las dueñas de casa, que no se pierden ni una, que aprovechan la más mínima aglomeración para formar parte de ella. Me acuerdo que una señora preguntó cuánto costaba “El niño con el pijama de rayas”. La respuesta del vendedor fue suficiente para que empezara a reclamar lo que ella consideraba injusto. Decía que compró el mismo libro en otra librería pero más barato.

Desde historia de Chile, historia universal, ciencia-ficción, grandes autores, novelas de amor, biografías, comics, libros infantiles, había de todo un poco. Había hasta libros de sexualidad que estaban bien fondeados.

Los precios estaban desde los tres mil hasta los 12 mil pesos. Algunos se quejaban y comparaban los precios con los falsificados. Otros, más miserables, con los fotocopiados. Cuánto apuesto a que no sabían que además se celebraban los Derechos de Autor, pues ni se avergonzaban en pronunciar ese tipo de comentarios.

A fin de cuentas, fue justo a la medida chilensis. Una feria mediocre al más puro estilo chileno. El mundo de los libros en nuestro país se reduce a tres filas de stands. Una feria pequeña acorde al número de lectores. Para qué pasar la vergüenza de llenar de stands un espacio y ver a diez pelagatos paseándose.

Queda claro que en Chile los libros no son una prioridad. Menos en tiempos de crisis. Pero si hubiera una conciencia cultural colectiva, el libro no sería un gasto, sino que una inversión.

1 comentario:

Unknown dijo...

todos concordamos en que las ferias de libros Chilenas son una verdadera miseria, no hay más que solo copias baratas.

es como lo que explico el profe de cultura hoy XD nosotros a diferencia de las copias que hacian los romanos de las esculturas griegas, copiamos las ferias, les cambiamos su escencia pero no para bien como los romanos si no para mal.