lunes, 19 de abril de 2010

El infierno del escribidor

Uno de los escritores italianos más importantes del Siglo XX, Italo Calvino, tenía una carpeta para los objetos, otra para los animales, otra para las personas y otra para los personajes históricos… En ellas guardaba todas las ideas que pasaban por su cabeza y cuando tenía el material suficiente, veía la posibilidad de unirlo y transformarlo en un libro. Una fórmula bastante compleja, por cierto. Pero la verdad es que ese es sólo un camino de otros tantos, pues existen tantas ‘recetas’ como escritores en el mundo. El problema es encontrar la adecuada.

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Yo no tengo aún una fórmula específica para escribir. Guardo en mi banano una libretita de bolsillo para rescatar esas ideas que pasan por la mente en los lugares y momentos más inoportunos. Extraigo lo que considero que vale la pena ser contado, pero después, no sé por qué razón, siento que pierden valor. Quiero escribir, pero no lo consigo. Y hasta ahí lo dejo. 

Ese camino tortuoso, complicado y perturbador es lo que yo llamo el infierno del escritor. Allí, en medio de las cenizas, el fuego, el humo y en las peores condiciones que uno se pudiera imaginar, espero que surja esa frase perfecta que, en la mayoría de los casos, nunca aparece. Escribo las primeras líneas muy convencido y motivado, pero suelo tirar todo el basurero completamente disconforme. O me apresuro a teclear las ideas que fluyen por mis pensamientos hasta que me deprimo rápidamente cuando me doy cuenta que se van diluyendo. 

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Como consuelo me quedo con una frase que leí por ahí que decía… “Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, dilo también. Escribe siempre, porque escribir, aunque no lo parezca, es un arte. El escritor es una artista, como un artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate día y noche…”

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