viernes, 20 de marzo de 2009

No olvidar: La impuntualidad es un castigo.

El chileno está lleno de virtudes y de defectos, pero parece ser más atractivo hablar sobre lo flojo y sacador de vuelta que somos, que de lo infelices y mal genio que andamos. De cualquier forma, el chileno tiene su lado bueno, sin embargo, no hablaremos de ese lametrodo hoy.

Nos levantamos temprano, ni desayuno tomamos y ya   estamos atrasados. Corremos de allá para acá y hacemos en veinte minutos lo que tranquilamente podríamos hacer en cincuenta. Nos damos veinte mil vueltas sin sentido, salimos de casa, cerramos la puerta, llegamos a la esquina, pero olvidamos la maldita tarjeta BIP que quedó sobre el comedor. Así es todos los días, hasta que se convierte en una rutina que deja de ser rutina, porque sorprende todos los días con un problema distinto.

Pero, ojo, este retraso tiene sus explicaciones. O es la locomoción colectiva o el despertador que nunca sonó; el accidente de tránsito o la pana del vehículo. Sea cual sea la excusa, nosotros nunca somos nosotros los responsables. Es más, comenzamos a buscar culpables para desligarnos de nuestra responsabilidad.

La impuntualidad es el castigo a la irresponsabilidad, al comportamiento indolente y por sobre todo a la desorganización personal. Afecta individualmente, pero es capaz de perjudicar a las masas, pues genera una “nube colectiva del mal humor e inapetencia”, provocando esas conocidas rencillas matutinas.

Que la gente que corre por todos lados, que baja las escaleras lo antes posible para alcanzar atravesar las puertas del vagón, que chocan con todo y con todos, y que tanto los que logran entrar como los que se quedan esperando terminan encolerizados y exaltados. metro santiago

El desenlace: El tumulto y la aglomeramiento desencadena, muchas veces, en discusiones por quién entrar o sale del vagón, o quien ocupa o desocupa un puesto, o por el codazo o la pisada del otros. En fin, cualquier es posible incluso aquellas donde las palabras se hacen nada y los golpes toman protagonismo.

Continúa el turbulento recorrido a las obligaciones diarias de miles de personas, y en el trayecto no queda otra opción que plantearse algunas excusas creíbles y convincentes, dignas de ser presentadas al jefe, al profesor o quién sea, para justificar el atraso. Pero entre la desesperación y el nerviosismo esta tarea se hace imposible. Al final, sale por la boca la primera mentira que viene a la cabeza y sólo los buenos actores -o si el jefe es tolerante- se obtienen resultados positivos.

Así, en pocas palabras, es la rutina del chileno. Complicada, apresurada y agitada. Pero, pase lo que pase, no aprende. Que “mañana si que me levanto a la hora”, que “mañana si que me acuesto temprano”. Siempre mañana, mañana y mañana, olvidando la frase célebre que dice nunca dejar para mañana lo que puedes hacer hoy.

1 comentario:

nicotina dijo...

Jajaja tienes reales problemas con el metro compañero.
Atte. Nicolás Muñoz