La poesía no se hace en bibliotecas,
se hace en la micro, en el trabajo,
en la mitad de la noche,
cuando camina por las calles perdido
y se guía por las voces que le gritan tonteras al oído.
Y usted, borracho, se deja llevar
por el sonido del viento,
que lo arrastra hasta calles perdidas,
tan perdidas como usted,
borracho,
ido,
distraído,
vociferando en voz alta
sus pensamientos
que dejan de ser íntimos
cuando considera
-en el paso atropellado de las palabras por su consciencia-
que nunca fueron propias,
y entonces entiende,
cuando despierta,
donde sus pies lo llevaron:
en una banca en alguna plaza perdida,
en una ciudad empresarial,
en mitad de la calle con un bocinazo,
en su cama,
con la angustia acostada a vuestro lado,
y le espera, entonces,
el peso de la consciencia,
y la caña maldita y todo eso,
y el dolor
de la sacada de chucha
del día anterior,
cuando se bajó de una micro
que no lo llevaba hasta casa,
sino al otro lado,
y se dio cuenta
cuando un viejo le gritó de lejos,
sin saber cómo y da lo mismo,
que tenía que bajarse ahora,
y el micrero abrio las puertas
y lo echó cagando en la buena onda
y usted cayó tirado,
y las risas se desvanecieron
pero ni los distrajeron.
Vaya,
usted sí que es rudo,
pero no le recomiendo
que sea como yo,
porque yo no me divierto tanto
como usted se divierte.
El gran carnaval de los 33
Hace 13 años
1 comentario:
Así es no más...muy bueno.
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