Hace varios días le doy vueltas a la idea de cerrar de una vez por todas mi cuenta de Facebook. Una idea que parecía no tener ni pies ni cabeza se transformó, de pronto, en un motivo suficientemente urdido y razonado para comprender que esto no se trata sólo de un capricho estúpido.
FB es, a mi modo de ver, una plataforma virtual que funciona con un motor que se mueve únicamente a expensas de un interés malsano por las vidas ajenas.
Si las tecnologías representan diferentes extensiones de nuestros sentidos, FB representa la extensión de nuestra propia realidad: Nos convertimos fácilmente en espectadores activos de las vidas de quienes, en rigor, no tendrían por qué interesarnos sobremanera.
Facebook es una herramienta puesta a nuestro servicio y que merece el sentido que nosotros mismos le otorgamos. Digamos, entonces, que FB es una de las infinitas maneras en que el ser humano puede elegir para ser un imbécil. Por ahora soy un imbécil más, pero podría dejar de serlo si me convenzo definitivamente de mis propias palabras.
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