La mayoría de los sacerdotes han aceptado la ley del celibato por la fuerza más que por voluntad propia. Esta ley es una cuestión de control, abuso de poder y economía, dice Pepe Rodríguez en su libro La vida sexual del clero.
Un sacerdote célibe es mucho más barato de mantener que otro que pudiese formar una familia, pues la institución debiera triplicar, al menos, el salario actual del cura para que pudiese mantener dignamente a su familia. Así que, cuando oímos a la jerarquía católica rechazar la posibilidad de que los sacerdotes contraigan matrimonio, lo que estamos oyendo, fundamentalmente, es la negativa a multiplicar por tres su presupuesto de gastos de personal.
Bastaría con que la Iglesia permitiese que sus trabajadores, aparte de ejercer el sacerdocio, se ganaran la vida con una profesión civil. Pero la Iglesia con su pensamiento egoísta y equivocado se cierra a cualquier posibilidad similar, pues cree firmemente que aquel que trabaje en otra labor rendirá menos para su institución y por tanto repercutirá desfavorablemente en su sumisión.
En la encíclica Sacerdotalis Coelibatus de 1967, el Papa Paulo VI dice que el motivo verdadero del celibato consagrado es la elección de una relación más personal, íntima y completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia, por el bien de toda la humanidad.
Todos sabemos que eso no es así. Se ha demostrado que los sacerdotes que tienen una familia e hijos –hay muchísimos casos –son seres felices, independientes y plenos, que pueden ejercer igual o incluso mejor que cualquier otro sacerdote que vive en condiciones completamente opuestas. Pero la Iglesia prefiere contar con sacerdotes sumisos, serviles y dependientes de la jerarquía.
Un sacerdote que viola la ley del celibato se transforma en una oportunidad de ser acusado ante la jerarquía eclesiástica por los “delatores de los vicios ajenos”, aumentando su inseguridad y nerviosismo. A esto se suma otra cantidad importante de sacerdotes que comienzan a tener frustraciones debido a las carencias afectivo sexuales, generando sentimientos de culpa que los convierten en seres más fáciles de manipular, gobernar y explotar.
Los sacerdotes, en su mayoría, son seres inmaduros y dependientes, que viven sumergidos en el dilema de dejar o no la institución católica. El problema radica en que gran parte de ellos no tienen oportunidades para sustentarse económicamente fuera de la Iglesia, pues no conocen una vida distinta a la que llevan ni tienen otra profesión para ejercer.
Pepe Rodríguez está completamente en lo cierto cuando dice en su libro que “la dependencia y el sentimiento de culpabilidad reportan siempre buenos dividendos a los gestores de las reglas del juego”.
La Iglesia sabe perfectamente que puede sacar muchísima más rentabilidad a cien curas sometidos al celibato por la fuerza que a trescientos casados, independientes, y con más preocupaciones que las de estar sumidos en problemas sicológicos y sociales causados por la ley del celibato obligatorio. Eso es sólo una parte de esta triste realidad.
*Pepe Rodríguez, “La vida sexual del Clero”: La ley del celibato obligatorio católico: una cuestión de control, abuso de poder y economía.
2 comentarios:
Otra razón por la que la iglesia impone el celibato, es porque cuando un sacerdote muere sus bienes pasan a la iglesia, en cambio si tuvieran familia, los bienes pasarían a estos últimos.
Sí, es verdad.
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