El terremoto que azotó nuestro país es una muestra clara de lo insignificante que somos. En otras palabras, este sismo demostró que somos como un montón de pulgas en movimiento, del cual La Tierra se sacude cada cuánto como una molestia superficial.
Hemos logrado controlar nuestras propias realidades. Hemos logrado manipular el desarrollo natural de la vida. Hemos sobrepasado nuestro propios anhelos, y hemos creído estar por sobre la naturaleza. Pero allí hemos tropezado, pues La Tierra se ha encargado de “ponernos en nuestro lugar” con un terremoto de 8,8 grados.
En primer lugar, no somos los dueños del Planeta ni los seres más fuertes, pues dependemos de la naturaleza para sobrevivir. Y los daños que pueden causar nuestras “armas” no se comparan con los daños que La Tierra ha debido aguantar: Millones de terremotos, erupciones de volcanes, movimientos de placas tectónicas y sus continentes, bombardeo de cometas, inundaciones mundiales, tormentas magnéticas, y seguimos contando.
Segundo, no somos una amenaza para el planeta. Al contrario, vivimos subyugados a los designios de nuestra Madre Tierra. Un día quiso hacer temblar a Haití con un terremoto que dejó cientos de fallecidos; otro decidió atacar con fuertes lluvias que provocaron el caos en Machu Picchu, dejando a varios miles de turistas a la deriva. Y otro día causó el terremoto más grande que ha vivido Chile, dejando a miles de muertos y otros más damnificados.
Tercero y último, La Tierra tiene más de 4.500 billones de años, hace 100 o tal vez 200 mil años que llevamos acá, y no hace más de 200 años que hemos instalado industrias pesadas. Por lo tanto, ¿qué creemos que somos? ¿Los dueños de esta gran bola azulada? Aquí estamos de paso, de eso no cabe dudas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario